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Libertad, libertinaje

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define libertad como: «facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos».

A su vez, define libertinaje como: «desenfreno en las obras o en las palabras».

Al comparar ambas palabras, se descubre rápidamente que la clave para diferenciarlas es la idea «responsabilidad», incluida en la primera definición y excluida de la segunda.

El propio diccionario define así la calidad de responsable de alguien: «obligado a responder de algo o por alguien».

Así pues, para seguir las propia definición del diccionario, la persona libre obra de una manera u otra, o incluso no obra, pero siempre a sabiendas de que se hará responsable de sus actos. Es decir, sabe que está «obligado a responder por algo o por alguien». En cualquier caso, ese algo o alguien es consecuencia de su acción en uno u otro sentido o de su no acción.

De manera contraria, el libertino (o sea, quien ejerce el libertinaje)  obra o habla de manera desenfrenada, como aquel caballo que se ha desbocado, que ha perdido todo sentido de control y corre sin rumbo ni gobierno a toda la velocidad que su cuerpo le permite, destruyendo en el camino todo lo que se le oponga.

Desenfreno implica la ausencia absoluta de control; una especie de caída libre sin posibilidad alguna de moderación; una forma absoluta de inercia ajena a la voluntad humana, con consecuencias –como se podrá deducir– potencialmente catastróficas.

De ahí que una sociedad que malentiende la idea de libertad y la suplanta por el ejercicio puro del libertinaje, tarde o temprano está destinada al fracaso.

Quien no conoce ambos conceptos y sobre todo desconoce la piedra de toque que implica la palabra «responsabilidad», cae fácilmente en el garlito de suponer que todo en la vida es la facultad que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra o de no obrar, según le plazca.

Pero resulta que si al concepto de libertad no le incluimos también el de responsabilidad, entonces caemos en el libertinaje, una actitud destructiva de todo tejido social.

Y va un ejemplo concreto:

Cuando era niño, si YO no hacía MI tarea, era MI problema. YO enfrentaba a MIS maestras, quienes me hacían ver claramente que YO estaba en un problema, porque había fallado, precisamente, a MI responsabilidad.

No hacer mi tarea implicaba que yo había decidido no obrar. Pero precisamente debido a ese no obrar, ahora yo estaba «obligado a responder por algo», es decir, por no haber hecho la tarea. No se necesitaba mucha inteligencia ni mucha madurez para comprender el mensaje.

Hoy, en cambio, cuando un niño no hace la tarea, quien enfrenta el problema es el padre o la madre del niño. Es a él o a ella, a quien las maestras llaman a cuentas, regañan y sermonean, cuando se trataba de una responsabilidad del hijo, no del padre.

Luego entonces, los niños hoy en día están creciendo con una clara idea de libertinaje, porque SABEN, por experiencia personal, que no hacer la tarea implica un problema para sus padres y no para ellos.

Agreguemos a la ecuación un factor complementario: los derechos.

Tanto se ha difundido la idea de que los niños tienen derechos (cosa totalmente cierta y plausible. Insisto, cierta y plausible), que se ha caído en el exceso de que muchos suponen que los derechos van solos, es decir, no implican obligaciones.

Con estos simples elementos de juicio, es fácil dilucidar el origen de la descomposición social que ha llevado a nuestro sufrido México al punto donde se encuentra actualmente.

En la hora nefasta en que la palabra «responsabilidad» salió no sólo del léxico sino –peor aún– del imaginario colectivo, comenzó a desmoronarse cualquier posibilidad de reconstruir el tejido social. O para decirlo de una forma más clara, aunque también más cruel, la eliminación del concepto de responsabilidad, fue el hilo que comenzamos a jalar para destejer todo lo que como sociedad habíamos construido a lo largo de muchos años.

Y por supuesto, ahora ya no podemos volver al modelo original, porque ni los materiales ni el tejido dan para reconstruir la prenda. Ahora, estamos obligados a tejer una nueva, pero mientras no agreguemos la palabra responsabilidad, con la garantía de que cada uno la entienda, no seremos capaces de construir un modelo viable que nos lleve a un estadio de mejor desarrollo.

Además, debemos ser capaces de convencer a todos de que la palabra derechos, lleva necesariamente aparejada la palabra responsabilidades. No se puede pensar en un sólo derecho, que no lleve consigo una responsabilidad.

Porque es muy cómodo sólo exigir derechos, pero no estar dispuesto a cumplir responsabilidades. Esa es una actitud simplista, comodina, inmadura y pueril que nos impide crecer como sociedad.

Mientras no podamos entender la libertad como la posibilidad de actuar de una manera o de otra, o de no actuar, en el entendido de que esto nos hace responsables de nuestros actos u omisiones, no tendremos la sociedad capaz de funcionar de manera eficaz como ocurre en los países desarrollados.

Esto implica a todas y cada una de las personas, desde la más modesta, a la más encumbrada y en sus respectivos ámbitos. Sólo cuando cada uno comprenda el concepto de responsabilidad, podremos darle el giro al país como se merece.

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