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La verdadera globalización

Muchos piensan que la globalización es un fenómeno nuevo y que el concepto acuñado para describirla es aún más nuevo. Esta afirmación tiene una parte de verdad y otra que no lo es.

La parte cierta es que el concepto de «globalización» es de cuño relativamente reciente (tal vez unos 20 o 30 años), pero la globalización en sí misma es muy anterior a ello.

Baste con ver las relaciones comerciales que China o Japón tenían con otras regiones de Asia desde tiempos inmemoriales o bien todo el comercio que se realizaba entre distintos –y distantes– pueblos del Medio Oriente y de toda la Asia Menor. Lo mismo ocurría en el Imperio Romano que se extendía desde lo que hoy es España y la isla que hoy conocemos como Inglaterra, hasta bien entrada el Asia Menor y desde el norte de Europa hasta una buena parte del continente africano.

También había intensas relaciones comerciales entre los pueblos de la América precolombina y lo mismo hicieron los vikingos cuando empezaron a ganar poderío militar y naval, al extender sus dominios por todo el norte de Europa e incluso llegar a a América mucho antes que Colón.

Todos esos son hechos de globalización, pues había comercio entre distintas partes del mundo, con reglas y acuerdos entre regiones, aunque se negociaran a veces a través de las armas y el poderío militar y no resultaran justos para ambas partes.

La era de las colonizaciones entre los siglos XVI y XIX fue también parte de la globalización en su forma más abusiva, pero globalización al fin. Y quien no crea en ello, debe pensar por ejemplo en la ruta conocida como «La Nao de la China», ruta comercial establecida por el Imperio Español  para traer y llevar artículos desde el Lejano Oriente hasta España, a través de México, mediante dos barcos: uno que iba y venía de China a Acapulco y otro que zarpaba de Veracruz a España y viceversa.

También destaca la Ruta de la Seda y sinfin de ejemplos que demuestran cómo la globalización, en su sentido de comercio entre países y regiones no es para nada una novedad.

Dicho lo anterior, es interesante notar cómo el comercio es el hilo conductor de este fenómeno, que tiende a unificar las regiones y los gustos. Hoy día, gracias al imperio del comercio internacional, parece atrasado quien no quiera aceptar tratos de esta naturaleza con otros países, aunque argumente que no le convienen y más aún, dicho argumento sea verdadero.

Además, el comercio internacional impone modas y maneras de comprar, que tampoco son lógicas, por ejemplo, la navidad.

Resulta que según la creencia católica, la Navidad (o Natividad), es el momento en que se recuerda el nacimiento de Jesucristo, identificado en esa fe como el hijo de dios mismo, salvador de la humanidad.

Para mayor ironía, este hijo de dios nació como ser humano pobre, para enfatizar la necesidad de ser humildes, probos y austeros en nuestro comportamiento diario, por contraposición a la opulencia de quienes ven en el dinero y el poder a un dios que en realidad no lo es.

Supuestamente, la Navidad es la ocasión de recordar el nacimiento de Jesucristo y con ello, honrar todos los valores que esta religión profesa (o debería profesar), que en nada se parecen al comercio desenfrenado.

Pero precisamente el comercio y más especialmente el comercio global, ha impuesto una moda absurda alrededor de esta celebración, aún en países de minoría o ausencia católica.

Totalmente ajena a la creencia religiosa, la celebración se ha tornado en comercio brutal, feroz, desenfrenado e incluso irracional, «obligando» a las personas a comprar y comprar para reglar a los demás, aunque se trate de personas que en lo individual nos resulten antipáticas, sólo porque todo el mundo lo hace.

Se trata de una costumbre que se ha generalizado en la mayor parte del mundo, precisamente porque a los comerciantes les conviene y lo impulsan desde todos los frentes y de manera orquestada.

La enorme mayoría de este pico comercial que se da en el mundo a finales de año, nada tiene que ver con los deseos y menos aún con las necesidades reales de las personas.

En navidad, por ejemplo, las familias se reúnen a cenar y preparan cantidades de comida muy superiores a sus necesidades, generando gastos que muchas veces desbalancean las economías domésticas, además de propiciar problemas de salud entre los cuales ganar peso innecesariamente es el menor de ellos. Se genera desperdicio en una celebración impuesta.

La misma familia, cuando se reúne en cualquier otro mes del año, por ejemplo para el cumpleaños de alguno de sus miembros, no prepara esas cantidades absurdas de comida, ni gasta dinero que no tiene en regalos que los demás aceptan, pero en realidad no deseaban ni mucho menos necesitaban.

Todo ello, es producto de un comercio orquestado que opera a nivel mundial y constituye, ese sí, la auténtica globalización.

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A la antigüita

Recientemente tuve la oportunidad de viajar por unos días a Ixtapa-Zihuatanejo, Guerrero.

Observé tres cosas  positivas:

Primero: el destino mantiene un crecimiento ordenado y lógico. No se ha disparado la construcción de hoteles y otros servicios, de manera que el lugar no enfrenta presiones desmedidas.

Segundo: se trata de un lugar  bastante limpio. Las playas todavía se conservan bien. Es muy raro encontrar algún tipo de basura en ellas, a pesar de que están muy concurridas. Las calles de este desarrollo turístico también están razonablemente limpias, incluso en el centro de Zihuatanejo, donde vive la población local y estrictamente hablando, no es la zona turística.

Tercero: ya existe la autopista desde Morelia, que facilita la llegada en automóvil para muchos paseantes, lo que da acceso al turismo nacional a este lugar, a diferencia de otra época, en que sólo se podía llegar en avión, o en caminos precarios y extremadamente peligrosos.

Desde luego el clima y la naturaleza son encantos propios del lugar, que bien vale la pena resaltar. El mar está tibio y es muy fácil nadar en él, porque la multitud de bahías que conforman este centro vacacional, propician aguas tranquilas donde se puede observar bastante fauna.

No obstante todas estas virtudes, también es necesario señalar defectos.

Aunque los modernos eufemistas dirían que se trata de «áreas de oportunidad», yo prefiero usar el lenguaje directo y claro: hay problemas y se deben de reconocer y atender.

Las autoridades locales y federales, tienen que trabajar con los prestadores de servicios turísticos, para modernizar un esquema que todavía trabaja «a la antigüita» como el Acapulco de los años 60 o 70 y amenaza con ahuyentar a los visitantes del lugar.

Proliferan una serie de vendedores de todo género de bienes y servicios, que buscan resolver su problema económico de por vida, con cada turista que logren captar. Hay intentos de abuso en casi todos lados y gente que trata de sacar ventajas exageradas de cualquier visitante que se les presente.

Todo el mundo pide propinas todo el tiempo, por las cuestiones más absurdas, incluyendo –por ejemplo– propina por ayudar a las personas a subir y bajar de una lancha que los lleva en recorridos de 500 metros de mar.

También abundan los vendedores en las playas e incluso quienes ahí mismo ofrecen servicios para llevar a la gente a paseos fuera de los hoteles, sin entregar a cambio recibos, contratos, ni mucho menos facturas. Todos los tratos son de palabra y con anticipos exagerados y leoninos, que generan desconfianza al visitante.

Aunque los tratos de hagan en las playas de los hoteles, éstos últimos –como es natural– no se hacen responsables de ninguno de estos acuerdos comerciales, aunque sí dejan que ocurran, con potencial detrimento para el destino turístico e incluso para el prestigio del propio hotel.

Algunos de los paseos más comunes, que todo el mundo ofrece, es visitar la playa «Las Gatas» o bien «La Isla». Para ello se deben de abordar embarcaciones precarias, descuidadas, viejas, que arrojan humo de diesel abordo, maltrechas y sucias, conducidas por sujetos que producen cualquier impresión en el turista, menos confianza.

Hay que abordar desde un muelle improvisado (el moderno está en construcción a un lado de las instalaciones de la Armada de México), en aguas contaminadas, donde vagan todo el tiempo una serie de personajes cuya pinta sólo inspira desconfianza.

Una vez desembarcado en «Las Gatas», por ejemplo, los dependientes de los numerosos restaurantes que ahí se ubican, tratan de convencer al viajero de que pasen a su local y debido a que copan toda la playa (espacio público por excelencia), condicionan la estancia del paseante a cierto consumo y a un limitado número de servicios, aunque el turista tenga necesidad de más espacio e incluso disposición a pagar por él.

Los conflictos entre los prestadores de servicios no se hacen esperar y se pelean frente al turista, mientras éste espera a ver dónde le dan permiso de sentarse aunque la playa, insisto, sea pública.

El mar está muy calmado porque es una pequeña bahía, pero al fondo que alguna vez tuvo arrecifes, hoy es una horrenda colección de rocas donde no se ve vida marina. La comida que ahí se prepara es mucho más cara que la de un restaurante elegante y, por supuesto, su calidad es mucho menor.

No hablemos de los «servicios sanitarios» de estos restaurantes de playa. Son francamente miserables y generan asco y repulsión.

Más o menos pasa lo mismo en «La Isla», aunque ahí el mar es un poco mejor.

En síntesis, se trata de lugares muy caros, donde no hay mucho que ver, salvo el exceso de turistas y el ambiente muy populoso, porque nadie controla la cantidad de personas que se traslada ahí todos los días. En consecuencia, hay más gente de la que le cabe a las playas, lo que genera conflictos, pues además, nadie cuida la ingesta de bebidas alcohólicas.

Dicho de otro modo, está llenísimo y como la gente se emborracha, tiende a generar conflictos serios.  Se come mal y carísimo y todo mundo pide propinas por todo, a pesar de que las instalaciones sean horrendas.

¿Alguien dijo Acapulco?…no lo sé, pero a eso suena. Es hora de que las autoridades miren hacia allá y pongan orden.

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Reencuentro con Acapulco

Entre los empresarios y conocedores del sector turístico, es frecuente escuchar el término «Acapulquización». Este neologismo, describe una condición evidente en el puerto ícono del turismo nacional, donde autoridades, empresarios, prestadores de servicios y población local, participaron activa o pasivamente: el deterioro del lugar.

Desde que Acapulco cobró fama internacional como sitio vacacional, más o menos a partir  de los años 40 y 50 del siglo pasado, su desarrollo fue explosivo, desordenado y brutal. Todo fue desplazar a la población local y colocar grandes complejos turísticos, cada día más invasivos y menos respetuosos del entorno.

Se crearon y destruyeron, sucesivamente, numerosos cinturones de miseria, que fueron desplazados con «cañonazos de a 50 mil» –para usar la expresión conocida– que las autoridades recibían de nuevos desarrolladores, para pagar el «trabajo sucio» de echar de ahí a los pobladores, para poner hoteles cada vez más grandes y lujosos.

Nadie tuvo el cuidado de pensar en temas elementales como la vialidad, la vivienda para la población local, la basura, el drenaje y, en general, la contaminación galopante que causa la creciente industria «sin chimeneas», que contrario al mito generalizado, sí contamina.

Cada día, los deportes acuáticos se volvieron más y más invasivos y degradantes del ambiente lo cual, combinado con un estado social inestable, por decir lo menos, terminó por dar al traste al destino que, a finales de los años 70 –y décadas posteriores– acusaba ya una degradación preocupante.

Como si le negligencia y corrupción de las autoridades, así como el abuso de los pobladores locales, constantemente interesados en «verle la cara» al turista, no fueran suficientes, las condiciones geográficas naturales del lugar (una bahía situada frente a un anfiteatro montañoso), propiciaron que el lugar se convirtiera básicamente en un cochinero a donde nadie quería ir, además de la popularización, que provocó un ambiente cada día menos propicio para el esparcimiento vacacional.

Los empresarios y conocedores del sector turístico han llamado a esto la «Acapulquización» y se usa exactamente con los mismos fines que la madre usa al «Coco», para asustar al niño.

Con horror, se señala siempre en los destinos turísticos que nadie quiere la «Acapulquización» de tal o cual desarrollo y por lo tanto se llama a tomar una serie de medidas antes de llegar a tal deterioro.

En tanto, los sucesivos gobiernos y los empresarios locales, han tomado decenas de acciones y decisiones para revertir en lo posible esta situación.

No obstante, hace unos días estuve en Acapulco y encontré el mismo Acapulco de siempre, ahora trasladado a la Zona Diamante, aunque –debo admitir– en menor proporción.

Primer punto: encontré guardias comunitarias que, a decir de los locales, han hecho un magnífico trabajo para mantener a raya a la delincuencia…habría que ver. Además, no es nada reconfortante encontrar en mitad de la carretera a gente con armas largas.

Segundo punto: el mar (pobre mar), vomita a diario grandes cantidades de desechos plásticos que han llegado hasta sus aguas, por falta de cuidado en el manejo de la basura. Es lastimoso levantarse por la mañana para caminar en la playa, y encontrar botellas de PET, tapas de cualquier clase de recipientes, pedazos de vasos y una variedad infinita de pedacería de plástico que nadie parece interesado en retirar. A esto se suman heces de mascotas que andan por la playa sin control de sus dueños.

Tercer punto: los pobladores locales siguen pensando que al turista hay que exprimirle hasta el último centavo, para lo cual utilizan el viejo truco de abusar de una vez y para siempre. Solicité desde el hotel un taxi, que me cobró 250 pesos por trasladarme a un centro comercial. El vejestorio de vehículo no sólo estaba asqueroso por dentro, sino gravemente deteriorado en sus condiciones mecánicas. Todo le rechinaba, los frenos no hacían bien su trabajo, los amartiguadores habían terminado hace años su vida útil y una de las ventanillas de la parte de atrás, rota desde tiempos bíblicos, había sido sustituida por un trozo de acrílico que no daba la medida, de manera que se metía el aire indiscriminadamente. Esta pieza estaba «sostenida» por dos trozos de cinta canela y no quiero imaginar la aventura del pasajero si hay lluvia.

Cuarto punto: tal como sucedió en el Acapulco tradicional, cuando empezó a faltar espacio para grandes desarrollos turísticos, es evidente que la población local ha sido sucesivamente arrojada lejos, tal vez sin las formas legales adecuadas, para permitir la creación de estos complejos. Igual que antes, ahora se construyen enormes edificios de departamentos y tiempos compartidos, que no sólo generan un contraste social lastimoso, sino dañan el entorno ambiental de manera evidente. Nadie en su sano juicio, debería de comprar un departamento en una torre de 20 pisos a 50 metros de la playa y sin embargo, estos lujosos inmuebles están todos llenos. Se repite esa historia.

Quinto punto: la playa está llena de vendedores ambulantes y una y otra vez, a lo largo de numerosas horas en el día, pasan personas conduciendo ruidosas cuatrimotos para rentarle al turista. Algunos turistas las rentan, por cierto.

Este fue mi reencuentro con Acapulco. Siempre Acapulco.

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El tema fundamental

Hace algunos días, cuando se conmemoró el Día Internacional de la Mujer, circularon en diferentes plataformas mensajes de felicitación para ellas, en festejo del equilibrio, belleza y fuerza que aportan a la humanidad.

Algunas agradecieron los mensajes, otras fueron indiferentes y algunas reaccionaron con disgusto, haciendo ver que este día, acordado por la ONU para esa conmemoración, no es en realidad un festejo, sino una ocasión para reflexionar y corregir las deficiencias que todavía tenemos como humanidad, al no ser capaces de garantizar los plenos derechos de ellas, ni tampoco la igualdad sustantiva entre géneros.

Alguna amiga, incluso, reaccionó con desmesurada virulencia contra un compañero (un hombre de buena fe, esposo y padre ejemplar de dos jovencitas), cuyo único pecado fue lanzar la felicitación a las amigas que lo conocen desde los tiempos universitarios, en ocasión del Día de la Mujer.

Si bien la reacción fue excesiva y no tomó en cuenta la buena fe de las palabras de nuestro amigo, en realidad el punto es cierto. Conmemorar el Día Internacional de la Mujer, tiene por objeto visibilizar las desigualdades que, por atavismos, aún padece el género en buena parte del mundo, civilizado o no.

Porque al margen de leyes, estatutos y reglamentos, la realidad es muy distinta y en ocasiones propicia situaciones que rayan en la brutalidad.

No quiero ir tan lejos como lo que ocurre en África, donde algunos pueblos todavía practican la mutilación genital de las mujeres, porque consideran pecaminoso que ellas puedan sentir placer. Esa es una de las muchas expresiones de brutalidad que precisamente se busca combatir al llevar los reflectores hacia el género un día determinado del año, a nivel mundial.

Sin embargo, en todo el mundo siguen ocurriendo cosas monstruosas (en mayor o menor grado), contra las que verdaderamente vale la pena indignarse y no por una felicitación emitida con la mejor intención.

Aquí, un ejemplo.

En una colonia periférica de las afueras de Acapulco, Guerrero (estado donde, como relaté ayer, prácticamente no hay ley), unos hombres armados tomaron por asalto una telesecundaria.

Varios sujetos que portaban sendas armas de fuego, sometieron tanto a los dos profesores que estaban presentes en la modesta escuela, como a todo el alumnado, que se conforma por jóvenes de entre 13 y 15 o 16 años, cuando más.

A los maestros les quitaron sus pertenencias (muy escaso botín) y a los alumnos también (más escaso aún), pero con quienes se ensañaron fueron con las jovencitas. A ellas, las obligaron a arrodillarse y una vez en esa situación, les cortaron el cabello a machetazos.

Según la información disponible, esto ocurrió entre burlas e insultos, aunque afortunadamente no hubo agresiones sexuales de por medio.

Después de cometer estas barbaridades, los sujetos se retiraron del lugar, tras burlarse y mantener a las muchachas arrodilladas durante algunos minutos.

Se trata de una expresión de brutalidad sin límite y de un afán de sometimiento machista de lo más ruin, bajo y bestial. El tratamiento dado a las adolescentes –que no se extendió a sus compañeros varones– demuestra el afán de sentirse superiores a ellas, tan sólo porque se trata de delincuentes armados.

Habría que ver si estos mismos animales, que cometieron tan terrible vejación contra estas jovencitas, hubieran hecho lo mismo, si no hubieran portado armas de fuego. Porque posiblemente, de haber llegado desarmados, habrían sido ellos quienes terminaran sometidos y golpeados por los maestros y los alumnos, que (dicho sea de paso), habrían actuado en legítima defensa ante un ataque sin razón.

El hecho es que el maltrato y la humillación, la exhibición de poder y superioridad, surge de lo más primitivo de estos gorilas, criados en un machismo galopante que se debe de combatir a fondo y en todas sus expresiones.

Esto es lo importante. Contra este tipo de cosas es contra las que todos debemos de luchar. Porque ninguna sociedad que se precie de medianamente civilizada, puede dejar de sentirse agraviada por un crimen de esta naturaleza.

Son estas expresiones de violencia machista las que deben desaparecer y, además, debe desaparecer el caldo de cultivo que propicia la existencia de bestias como estas.

 

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Como escrito esta mañana

Editorial Porrúa publicó en 1957 un interesante libro de casi 800 hojas, titulado «La revolución mexicana. Orígenes y resultados».

El autor del libro es (o fue, para decirlo mejor), Jorge Vera Estañol, quien ocupó la cartera de Ministro de Instrucción Pública en dos oportunidades: en 1911 y en 1913, en tiempos especialmente turbulentos para México, es decir, la Revolución.

Él mismo advierte en la introducción: «No lea esta obra quien en ella busque propaganda de partido o facción; no es porfirista, ni maderista, ni huertista, ni villista, ni carrancista, ni tantos otros istas personales en que la lucha dividió a la familia mexicana; es pura y simplemente mexicanista; escruta hechos».

Falta ver que, en un hombre directamente involucrado en las decisiones de gobierno, desde el primer círculo, esta afirmación tenga sustento. Sin embargo, de entrada tiene valor, pues precisamente alguien que vivió un proceso tan complejo en la primerísima línea, desde luego cuenta con autoridad para hacer un recuento –y por supuesto– una valoración de los hechos.

Se trata, como ya dije, de una obra extensa, cuya lectura apenas emprendo y por lo mismo, no trato de ninguna manera de hacer una evaluación global ni mucho menos.

Pero sí reproduzco algunas ideas que me llamaron la atención, por la sensación de actualidad sociológica que cobran, a pesar de referirse a los estertores del porfiriato, es decir, la primera década del siglo XX.

En referencia a un cierto grupo de la clase media, con pretensiones de ascender hacia la clase alta, el autor utiliza la denominación popular de «gente o personas decentes«, muy en boga en aquella época y que curiosamente hoy día, cien años más tarde, se sigue escuchando en ciertos círculos.

Vega Estañol los describe así: «Sus individuos, en gran proporción, pertenecían a la raza procedente del cruzamiento del blanco con el indígena,  en este sentido, representaban el espíritu nacional; inteligentes, instruidos y sensibles a la ambición».

«Sus maneras en el trato social eran corteses, y aún refinadas entra las de condición menos humilde: en la vida corriente el porte y el vestido correctos servían para reconocerlas».

Dice que muchos de los jóvenes pertenecientes a este grupo, encontraron en las escuelas una buena zona de confort, donde no necesariamente buscaban crecer intelectualmente o en lo profesional, sino más bien mantenerse simplemente «activos» en algo: «…para los señoritos mimados la vida de estudiante es disimulado pretexto de holganza y disipación».

Al hablar de las ambiciones de estas personas, toca un punto importantísimo, que llama la atención, pues parece escrito esta misma mañana.

«Alternar con las clases ricas y acomodadas, vestir como ellas, vivir en habitaciones más o menos lujosas, aparentar holgura, han sido y son preocupaciones de profundo arraigo –por lo menos en las grandes capitales–y de funestas consecuencias para el bienestar económico.

«En México las ‘personas decentes’ se han sentido y aun se sienten obligadas por el ‘qué dirán’ a hacer venir a su casa –naturalmente con gastos extraordinarios– al Juez del Estado (Registro) Civil, para que autorice las actas de nacimiento o de matrimonio; las ceremonias religiosas nupciales son generalmente suntuosas en relación con los recursos pecuniarios de los contrayentes y aún los funerales se efectúan en condiciones dispendiosas»

(¡Cómo me recuerda a mi abuelita!, quien guardó dinero en el cajón de su tocador hasta el último día de su larga vida, con la instrucción específica de ser usado para su funeral –el cual ocurrió ya en el siglo XXI– en la Agencia Funeraria Eusebio Gayosso de Félix Cuevas, pero de ninguna manera, en las instalaciones de la misma compañía en las calles de James Sullivan…¡De ninguna manera!).

«Resalta la absurdidad de semejantes preocupaciones y hábitos, cuando se les compara con los que se observan en otros países».

El autor da en el punto clave y sólo le falta mencionar las tarjetas de crédito, porque en la época en que esto escribió y más aún, en la época a la que se refiere, este tipo de instrumentos no existían y, por supuesto, no estaban a la mano de ninguna persona común. Pero la descripción es perfecta.

«…la clase media en México vive en general alcanzada de recursos; en vez de hacer economías para el futuro, descuenta el porvenir; es víctima del agio y lleva una existencia precaria, limítrofe con la bancarrota: para darse unas cortas vacaciones en Acapulco, Veracruz u otros sitios de recreo (recuérdese que Cancún se inventó muchos años después de escrito el libro en cuestión), piden dinero prestado y por el resto del año viven en apuros».

Estas reveladoras descripciones que, como dije antes, podrían haber sido escritas esta misma mañana, hablan de que las estructuras económicas y sociales, así como sus atavismos asociados, siguen intactos incluso después de un siglo y de una revolución social que costó la vida a millones de mexicanos y una cantidad increíble de dinero a un país cuya lacerante desigualdad económica se mantiene hasta la fecha…dicho sea con vergüenza.

Las clases medias siguen enfrascadas en querer crecer, sin poder hacerlo, mientras las clases pudientes aumentan de manera escandalosa su ya de por sí insultante fortuna y millones de personas sufren la miseria, sin importar qué clase de medición se use para determinarlo.

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Imposible negar que ambiente que vivimos. No hay manera.

1.- En septiembre de 2014 fueron desaparecidos 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural «Raúl Isidro Burgos» de Ayotzinapa, Guerrero.

Como si la extrema gravedad de estos hechos no fuera suficiente, resulta que en el intento por plagiar a estos jóvenes, varias personas fueron asesinadas, un estudiante recibió un disparo en la cabeza y hoy se encuentra en estado vegetativo y la investigación, para decirlo en términos coloquiales, es un cochinero.

Todo ello gravísimo; pero mucho más, si se toma en cuenta que quienes ejecutaron toda esta esquerosa operación fueron policías, aparentemente siguiendo órdenes del alcalde de Iguala, quien supuestamente seguía, a su vez, órdenes de la delincuencia organizada.

En fin, ya tomo mundo conoce esa terrible historia y aún no llegamos a conclusiones satisfactorias, a pesar de que un grupo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos coadyuva con la investigación y que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos le ha señalado a la Procuraduría General de la República, varias fallas que, de subsanarse, tal vez podrían ayudar a que se conozca la verdad de estos ominosos hechos.

2.- Desde entonces a la fecha, se han suscitado numerosos casos de violaciones graves a los derechos humanos e incluso se han producido infinidad de hechos de violencia, que mantienen a la comunidad internacional con un ojo preocupado sobre México,

En Guerrero, estado donde ocurrieron los ominosos hechos de la normal de Ayotzinapa, se encuentra el puerto de Acapulco, lugar que un día –lejano ya– fue el paraíso del turismo en México y que llegó a representar un destino turístico de primerísimo nivel en el contexto internacional.

Lamentablemente, hoy esa sufrida ciudad es una de las más peligrosas del país, a pesar de que con el reciente cambio de gobierno en la entidad, se reforzó severamente la seguridad con policías, soldados y marinos.

Claro que la idea es hacer sentir a la gente segura, pero ningún turista extranjero se sentirá cómodo caminando por calles donde abundan uniformados que llevan al hombro rifles de asalto. Con esa imagen se siente cualquier cosa, menos tranquilidad.

3.- Apenas el sábado fueron atacados en Iztapalapa tres indígenas pertenecientes a una organización no gubernamental, que vinieron a la Ciudad de México a buscar la protección de las autoridades federales, ya que en Puebla, de donde son originarios, la violencia y el acoso son gravísimos. Temían por sis vidas allá y aquí –según se ha informado– fueron «cazados» por un sujetos que los abordó en la calle y les disparó a quemarropa, aparentemente a causa de su trabajo de activismo.

4.- Hace ya algunos meses, en la Colonia Naraverte de la Ciudad de México, fueron asesinadas cinco personas: uno de ellos fotógrafo de prensa, otra activista social y otras tres mujeres, incluyendo la persona que hacía el servicio doméstico en la casa.

El caso ha sido muy escandaloso, las autoridades nunca quisieron seguir la línea de investigación relativa al trabajo periodístico del hoy finado (quien había tenido numerosos roces con el gobierno del estado de Veracruz, precisamente por su trabajo periodístico); tampoco se investigó el activismo de una de las jóvenes asesinadas, pero, eso sí, se ha insistido en desprestigiar personalmente a las víctimas.

El recuento de otros numerosos hechos en donde se ven claramente violaciones a los derechos humanos, llevaría demasiado espacio y tiempo. Se trata aquí, simplemente, se hacer ver que, efectivamente, hay un ambiente contrario a la promoción y respeto de los derechos fundamentales y que en mucho de esto han participado autoridades de diversos ámbitos, ya por acción, ya por omisión.

La conclusión lógica es que hace falta alguna acción concreta, colectiva, que mueva las estructuras y el funcionamiento de una sociedad que, claramente, no está funcionando como debería.

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Suplantación de funciones

Cuando un gobernante de cualquier dimensión y alcance comienza a evidenciar falta de capacidad para ejercer  su cargo, siempre hay alguien que toma el papel, lo desplaza en los hechos hasta terminar tomando las decisiones.

Normalmente, este proceso tiene un final idéntico en dos versiones distintas: el gobernante desplazado termina fuera del cargo para el que fue electo. Una de las versiones es –digamos– la «suave», donde la propia incompetencia y la evidente falta de manejo de la situación hace que esta persona termine renunciando, mientras otro se hace cargo del asunto. La otra versión es la «dura», donde el incompetente se percata de que está siendo desplazado pero trata de evitarlo a toda costa, ante lo cual se deben aplicar argucias legales y todo termina en muy malos términos.

Pero cuando un gobernante ejerce el poder de manera ineficaz o incompleta, siempre hay quien llene ese espacio y el resultado final es siempre el mismo.

Ese proceso está en marcha en Guerrero. Desde que inició su gestión –como ya he comentado en este espacio– el gobernador Ángel Aguirre Rivero simplemente demostró que no tenía el control de su estado. Primero se le vino encima un terrible conflicto   con los maestros y luego empezaron a proliferar las autodefensas, a las cuales dejó crecer, en lugar de aplicar la ley como era su obligación.

Para colmo, se trata de un estado básicamente pobre, pese a la presencia de Acapulco, donde se llegan a mover cantidades considerables de dinero. Y el 15 de septiembre del 2013, dos huracanes juntos provocaron tremendos daños materiales en el estado, especialmente en Acapulco.

Como las arcas del estado no tenían fondos suficientes, ni el gobernador liderazgo y don de mando suficientes para enfrentar la situación, entonces entró al quite el gobierno federal, a través de una estrategia integral para volver a levantar Guerrero prácticamente desde sus cenizas.

Y hoy estuvieron los secretarios de Hacienda, Desarrollo Social, Comunicaciones y Transportes, Desarrollo Territorial y Salud, para anunciar los avances del plan de reconstrucción. Quedó claro que el gobierno estatal no está poniendo dinero y que son los secretarios de estado quienes organizan todo ahí.

Además, por el tono evasivo y errático del mensaje de la secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles, queda claro que el gobierno del estado carece del ejercicio del poder en la zona de La Montaña, gravemente afectada por las lluvias de ese funesto día patrio.

Según ella, apenas se están elaborando los dictámenes técnicos para ver cómo se ha de reconstruir la infraestructura de atención social. Eso, en buen español, quiere decir que las autoridades federales no han podido trabajar ahí en todos estos meses, porque el gobierno del estado no les ha podido garantizar condiciones de seguridad adecuadas.

Algo similar ocurre en el caso de las escuelas. Resulta que ya hay etiquetados 2 mil 225 millones de pesos para reonstruir 464 planteles, pero apenas se están elaborando los dictámenes técnicos y apenas se han encontrado los terrenos adecuados para algunas de estas nuevas instalaciones.

Otra vez, en buen español eso significa que el gobierno del estado no ha podido facilitar a funcionarios federales las condiciones para realizar los estudios técnicos y no ha tenido capacidad de gestión para conseguir los terrenos adecuados. En tanto, si calculamos muy conservadoramente 50 niños por cada una de esas escuelas, estamos hablando de 23 mil 200 niños que prácticamente ya perdieron un año escolar, lo cual en las condiciones de marginación de Guerrero, es gravísimo.

También pasa lo mismo en el sector salud. Se aprobaron ya los recursos económicos para construir un Hospital General en Acapulco, por parte de la Secretaría del ramo. Pero las obras no han comenzado porque el buen gobernador, no ha tenido la capacidad para encontrar un predio adecuado.

Es decir, el hombre está gravemente rebasado por las autoridades federales y su incompetencia en el terreno político y en la capacidad para gestionar recursos económicos, le ha retrasado la solución de los problemas más urgentes a miles de sus ciudadanos.

No cabe duda que terminará siendo desplazado por la vía suave o por la vía dura. Al tiempo.

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No más, sino mejor

Prácticamente no se había escuchado en voz de un funcionario público. Eso lo convierte en un no sólo novedoso, sino afortunado.

Por fin, la Secretaría de Turismo llegó a la conclusión de que no debemos buscar como país, elevar número de turistas en los centros vacacionales, sino garantizar un mayor gasto de cada uno de ellos, para mejorar los ingresos por ese concepto.

Algo de apariencia tan elemental y obvia, no se había escuchado prácticamente nunca.

Pero implica un giro sustancial en las políticas públicas en la materia. Por fin, comenzamos a darnos cuenta del agotamiento del modelo turístico impulsado prácticamente desde la era de Miguel Alemán, con el «descubrimiento» y «creación» de Acapulco (el sufrido Acapulco), como centro turístico por excelencia y como marca distintiva.

Durante décadas, el turismo en México se pensó en términos de playas. Varias generaciones crecimos sintiendo que, si no íbamos a una playa a echarnos en la arena y a meternos al mar, en realidad NO habíamos vacacionado. Y tanto autoridades como empresarios echaron toda la carne al asador con esa apuesta.

De ahí la creación de gigantescos y ecológicamente agresivos hoteles en Acapulco, que pronto convirtieron a sus playas en un lugar privado de huéspedes habitando espacios gigantescos y perfectamente ajenos al respeto al medio ambiente.

Acapulco se ensució, se puso feo y dejó de ser atractivo y lejos de cambiar el modelo, se «inventó» Cancún en 1974.

Supuestamente Cancún sería una cosa muy distinta a Acapulco. Habría planeación, orden y sobre todo mesura para evitar que la paradisiaca e increíble naturaleza, terminara convertida en un gran basurero, como le pasó al infortunado e histórico puerto guerrerense.

Uno de los primeros directivos de Fonatur me platicó un día, que el plan original de Cancún era que los hoteles estarían distribuidos desde el kilómetro 0 (tristemente célebre por ser el escenario del suicidio de un globalifóbico hace algunos años en una protesta especialmente ruda), hasta el kilómetro 7 y que ningún hotel debería tener más de 7 pisos de altura.

Hoy hay hoteles más allá del kilómetro 28 y hace apenas unos años entraron en operación tres torres de 30 pisos cada uno, cuyos constructores solo pagaron una multa de un millón de dólares por cada una, a cambio del permiso para construirlas en la mismísima playa.

Los investigadores Carlos Macías Richard y Raúl Arístides Pérez Aguilar, de la Universidad de Quintana Roo, describen en su libro «Cancún, los avatares de una marca turística global», algunos datos que ilustran claramente lo que ha pasado con ese paraíso: la «acapulquización».

Por ejemplo, el plan original para la creación de Cancún, era establecer un limitado número de hoteles de alto costo, para atraer turistas extranjeros que dejaran divisas. Se crearía una población aledaña, alejada de la zona hotelera, con infraestructura pública y vivienda suficiente y digna para los trabajadores que laborarían en los hoteles. El plan era una maravilla. Por fin el turismo beneficiaría a quienes viven de él y al país, sin generar rezagos sociales ni marginados económicos.

Sólo que en el caso de Cancún, el plan original contemplaba construir una ciudad para 4 mil habitantes y hoy tiene un millón. Las autoridades del municipio de Benito Juárez (creado Ad Hoc), desde su nacimiento se han visto rebasados por urgentes necesidades de infraestructura y constantes invasiones de terrenos de reserva territorial.

Por no hablar del drenaje, cuyas aguas paran en el sistema lagunar de Nichupté, un grupo de cuerpos de agua que, a diferencia de la mayoría, no reprocesa sus aguas en ciclos de un año, sino de 20. Es decir, el agua sucia (nunca han funcionado como se preveía los sistemas de tratamiento) permanece ahí 20 años, en lugar de un año, como ocurriría si el sistema lagunar tuviera otra condición.

Y los manglares han desaparecido del todo. Escuché personalmente a un hotelero decir un día que «el manglar es una porquería que estorba y no sé por qué les preocupa tanto a los dizque ecologistas».

La respuesta a esta aberración, puede tener dos nombres propios y funestos:  Gilberto y Wylma. Dos huracanes especialmente intensos que han pegado en Cancún y obligaron a las autoridades y empresarios a gastar millones de pesos en traer arena de las profundidades del mar (con todo el desequilibrio implícito), para reponer en lo posible el paraíso perdido.

En fin, que esa estrategia del todo equivocada, parece llegar a su fin.

Ahora la secretaria de Turismo Claudia Ruiz Massieu está hablando de hacer más productivo el turismo. De traer más divisas, no más visitantes.

Parece el principio de un nuevo paradigma. Uno, donde se aproveche todo el gigantesco potencial de México, se cuide el patrimonio, se diversifique el producto y, sobre todo, se deje de admitir a los extranjeros que piensan en México como su patio trasero donde pueden venir a hacer desmanes y porquerías a su antojo, a cambio de dos dólares.

Ojalá todos lo entiendan y ojalá todos los practiquen. Ojalá que el turismo empiece a tener un nuevo paradigma. Ya hace falta.

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«¡Soplaré y soplaré…!»

La conocida fábula cuenta la historia de tres puerquitos en una precaria casa de palma, que el malvado lobo (siempre hay un malvado en las fábulas), derrumba fácilmente con intención de comerse a sus porcinos habitantes.

«¡Soplaré y soplaré y su casa tiraré!», amenaza el lobo, momentos antes de soplar y –efectivamente- tirar la casa, tal como amenazó.

Los puerquitos huyen y en esta segunda ocasión, construyen una casa de manera. Se presenta una vez más el lobo y, tras la conocida amenaza, sopla y sopla, hasta vencer la estructura. Ciertamente, con más trabajo que la anterior, pero con idénticos resultados.

Para la última ocasión, los puerquitos construyen, ahora sí, una casa de ladrillo y concreto que jamás cede a los intentos del lobo. Más aún, el lobo extenuado por el intento de derrumbar la última casa, recibe una paliza de los puerquitos, quienes con ello dan por concluido el asunto.

La moraleja es simple: cuando vayas a hacer algo, hazlo bien desde el principio, para garantizar que aguantará las vicisitudes de la vida. Ahorrarás tiempo, dinero y complicaciones.

Todo el mundo conoce la fábula y a todos les queda clara la moraleja, pero casi nadie atiende este consejo antes de construir. Y las autoridades, la ignoran olímpicamente, por sistema, cuando ven que la gente construye con materiales y técnicas precarias, en zonas donde es obvio el riesgo de construir.

Así, mucha gente de escasos recursos, suele llegar a lugares donde claramente no se debe de construir nada y se asienta con viviendas precarias, que poco a poco van creciendo, junto con la concentración humana y, a veces, hasta con servicios dotados a posteriori por las propias autoridades, quienes encuentran más fácil «regularizar», que reubicar a quienes se asientan en lugares riesgosos.

Luego viene el lobo (en forma de tormenta tropical o huracán) y se lleva todas las casitas precarias, donde causa muerte, destrucción, millonarias pérdidas económicas y obliga a la gente a cambiar su lugar de residencia, a costos inaceptablemente altos, tanto en términos de vidas humanas, como materiales y, en especial, de presupuestos públicos.

Ahí están Ingrid y Manuel para atestiguarlo. Ambas tormentas, causaron gravísimos daños en infraestructura de varios estados, en particular Guerrero. De acuerdo a la organización no gubernamental Oxfam, en el municipio de Acapulco (incluyendo la ciudad portuaria y otras comunidades), aún hay medio millón de habitantes sin acceso regular a agua potable, porque la infraestructura correspondiente colapsó con la tormenta.

Qué se puede decir de otras comunidades, como La Pintada que, asentada en las faldas de un cerro, fue «borrada del mapa», cuando el cerro se desgajó.

Los costos en lo inmediato son para las personas afectadas, muchas de ellas gente de escasísimos recursos, que con enormes esfuerzos integra un modesto patrimonio, el cual desaparece en la primera inundación.

Pero también las autoridades tienen que enfrentar graves costos, por ejemplo, en la reconstrucción de carreteras e infraestructura. Sólo en el caso de Manuel, en la costa mexicana del Pacífico, sufrieron daños diversos 18 autopistas de cuota y 57 carreteras federales libres, incluyendo colapsos de puentes, deslaves, derrumbes, pérdidas de la cinta asfáltica y otras complicaciones.

Eso costará mucho dinero repararlo y llevará tiempo. Lo peor, es que era dinero no presupuestado y ahora habrá que sacarlo de alguna parte.

Además, miles de familias que lo perdieron todo, incluyendo sus casas, deberá  ir a vivir a otras partes, lo que en sí mismo supone presión para la dotación de servicios públicos…y dinero, mucho dinero.

Y lo peor es que en México ya sabemos que año con año inundaciones, tormentas tropicales, huracanes y otros fenómenos parecidos se presentan en diversas partes del país y se sigue tolerando o permitiendo la proliferación de asentamientos irregulares en sitios peligrosos y con viviendas precarísimas, que son las primeras en desaparecer en estos escenarios.

Me pregunto si algún día aprenderemos la moraleja.

 

 

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Turismo extremo

Para los adictos a la adrenalina, un viaje que incluya recorridos por ríos rápidos; conducción de vehículos todo terreno fuera de carretera; luchas frenética por sobrevivir con nada o casi nada de agua y comida; y grandes dosis de incertidumbre, puede ser lo más cercano posible al paraíso.

Pero la mayoría prefiere la certeza. A muchos no les llama tanto la atención el turismo extremo: los rápidos, los caminos impenetrables, la falta de alimentación y agua…No. Para muchos eso no es vida.

Y en ese grupo se encuentran muchas personas que viven en las ciudades y para quienes una pequeña dosis de naturaleza está bien de vez en cuando, eso sí, en condiciones controladas. Un poquito de mar, de campo, de aire puro, siempre con la certeza de volver a un sitio seguro al cabo de un rato o de un par de días, cuando mucho.

Para ellos, las opciones en turismo son numerosas. De hecho, la mayor parte de los servicios turísticos están pensados en esos términos: en ofrecer todas las comodidades posibles de la vida moderna, con la opción de acercarse a la naturaleza, pero sólo poquito.

Se diría que se piensa en que los visitantes puedan mojar los pies en el mar y volver corriendo a la seguridad del concreto y el acero que forman su hábitat citadino.

Esa es una de las grandes ventajas que ofrece Acapulco para millones de capitalinos, que gustan de viajar al puerto cuando sea posible, pues también está cerca y se puede ajustar a todos los presupuestos imaginables.

Así pues, el «puente» del 15 de septiembre, ofreció la oportunidad ideal para darse la escapada y, de paso, disfrutar de una fiesta popular llena de fuegos artificiales, diversión y abundantes cantidades de alcohol, sin preocupaciones….

Excepto por Manuel.

Resulta que Manuel, la tormenta tropical que así se llamó, se apareció el 15 de septiembre al mediodía y dejó caer su furia sobre Acapulco, donde dañó seriamente la infraestructura, dejó inservibles cualquier cantidad de calles, provocó graves problemas en el suministro de energía eléctrica, provocó inundaciones por todas partes y dejó sin agua y comida a cientos de miles de personas.

Además, las enormes cantidades de agua que trajo la tormenta, dejaron inservible la Carretera del Sol (orgullo del salinato), con decenas de deslaves por todas partes, mientras el aeropuerto también estaba inhabilitado y los vuelos comerciales suspendidos.

Así pues, miles de capitalinos que acudieron al puerto para tomar un «puente» vacacional, se tuvieron que quedar más de una semana en una ciudad devastada, sin víveres ni agua, sin dinero –porque no había bancos ni cajeros automáticos– y sin posibilidad de regresar porque la carretera estaba inhabilitada, lo mismo que el aeropuerto.

Hasta este viernes (una semana después) se reabrió con muchas dificultades y deficiencias la carretera. Se trata de un recorrido que en condiciones normales lleva cuatro horas y que en esta ocasión, cuando por fin la mayoría pudo tomar el camino de regreso, llevó entre 10 y 15 horas para cada automovilista.

De pronto, dadas las condiciones que impuso la naturaleza, el que iba a ser un viajecito de placer se convirtió para cientos de personas, en un viaje de turismo extremo, con todas las fuentes de adrenalina imaginables y con todas las dificultades posibles.

Los amantes de la adrenalina estarían felices. Los demás, no.

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