Archivo de la etiqueta: Maestros

Propuesta heterodoxa

Casi todos conocemos en México a una persona más o menos mayor (no necesita ser realmente un viejo), que recuerda con cariño y admiración a su viejo maestro de escuela, allá en la alejada población antes rural y hoy convertida en un remedo de ciudad, una especie de Frankenstein donde se ha roto el tejido social y ya no existe la solidaridad entre la gente.

Se contaba que el maestro era un individuo que merecía el aprecio de la comunidad, porque le abría a los niños la posibilidad del conocimiento; los llevaba por el camino desde las primeras letras, hasta los libros que recordarían –y les serían útiles– toda la vida; les ensañaba las artes de la aritmética, los rudimentos de las ciencias y el conocimiento del civismo.

Se recuerda a estos personajes, hombres y mujeres, como personas plenamente entregadas a su vocación y a su trabajo. Gente sobria en todos los sentidos, cumplida con sus horarios y sus deberes, disciplinada y disciplinante, si cabe el término.

Por lo general eran personas de vivir moderado y, aunque de ingresos modestos –o quizá menos que modestos– estos profesores se presentaban todos los días a su clase impecablemente pulcros y diario tenían bien dominada la lección, que sus estudiantes recordaban y algunos aún recuerdan.

Estos profesionales de la enseñanza, a veces se convertían en ejes articuladores del tejido social en pequeñas poblaciones y algunas ocasiones –las menos, tal vez– lo hacían también en algunas colonias populares de ámbitos urbanos.

Sólo dios sabe si los evaluaban o no y si la Secretaría de Educación Pública los presionaba o los respaldaba. Eso, para todo el mundo, era un verdadero misterio.

Pero lo importante es que estas personas fueron fundamentales para brindar auténtica instrucción y contribuir positivamente en la educación de miles de mexicanos, quienes todavía los recuerdan y les agradecen su buena ortografía; su habilidad aritmética; su buen comportamiento cívico; su hábito de la lectura.

Hoy, cuando la vida está agobiada por el vértigo y cuando la palabra «nuevo» se ha convertido en sinónimo de «bueno», tanto como «viejo» se ha convertido en sinónimo de «malo», tal vez convenga revisar qué del pasado podría ser útil.

De primera intención, a la luz de los conflictos actuales entre el magisterio y la Secretaría de Educación Pública, la primera reflexión que surge es que las cosas se han complicado demasiado, tanto en lo administrativo, como en lo laboral, e incluso en la enseñanza. Pero el hecho es que los niños de hoy, con mucha más tecnología y mucho más acelerados que los de antes, muestran bajos rendimientos en aritmética, comprensión de lectura, escritura y otras habilidades elementales de la enseñanza, donde probablemente nuestros abuelos o padres, tuvieron mejores resultados.

Quién sabe si a alguien se le hubiera ocurrido por entonces evaluar a los maestros antes descritos, pero cualquier persona que haya pasado por un aula donde había alguno de esos personajes, podría hoy día ponerle 10 de calificación como maestro, porque lo que él o ella le enseñaron, sigue con esa persona muchos años después.

Probablemente esos viejos profesores andaban todos llenos de polvo de gis y traían bajo el brazo un gran juego de escuadras, transportador y compás de madera, así como un montón de libros, a diferencia del maestro actual, que lleva una computadora.

Y aunque la tecnología con la que contaba aquel profesor, contra la que tiene el actual, puede parecer de la edad de piedra, sus resultados a veces eran mejores que los de hoy.

Por supuesto, la palabra mágica debe ser «vocación». Aquellos antiguos maestros estaban ahí porque querían estarlo y tal vez no les importaba tanto organizarse como gremio; quizá dejaban pasar por alto numerosas violaciones a sus derechos laborales; acaso carecían de interés por organizarse entre colegas. Pero sí querían que sus alumnos aprendieran y respetaban escrupulosamente las leyes, porque se sabían ejemplo de los niños frente a los que trabajaban a diario.

Tal vez eso se ha perdido tanto hoy en día, que por eso enfrentamos tantos conflictos entre maestros y autoridades.

En ese sofisma de que «viejo» y «malo» son lo mismo, tal vez no hemos querido voltear a ver cómo recuperamos la antigua vocación, sin perder los derechos. Aunque también debemos ser autocríticos y reconocer que no sólo los maestros, sino todos en general, hemos perdido de vista un hecho: con cada derecho, viene una obligación. Y hoy nos gusta exigir los unos, sin cumplir los otros.

Mientras tanto, en el otro sofisma, de que «nuevo» y «bueno» son iguales, no hemos querido tomar en cuenta esa parte buena del pasado, que logró formar a muchos mexicanos con mejor nivel de lo que se logra hoy con generaciones equivalentes.

Por muy antipopular que parezca, la propuesta heterodoxa consiste en revisar qué de lo bien hecho en el pasado puede rescatarse, para recuperar lo de hoy, evidentemente mal hecho.

 

2 comentarios

Archivado bajo Educación

Crónicas de un planeta degradado (el campamento)

La realidad en Plutón se convirtió en algo totalmente bizarro y discutible, el día que el planeta dejó de serlo para convertirse (por capricho de los científicos de la distante Tierra), en un simple objeto flotante en el Sistema Solar.

A partir de ahí, cualquier cosa podía pasar. Las cosas más inverosímiles cobraron vida, muy a contrapelo de su imposibilidad práctica e incluso teórica.

Así, un buen día aparecieron grandes campamentos en plena calle.

La ciudad principal de Plutón, se llenó de violentas manifestaciones, realizadas por hombres y mujeres adictos a la adrenalina y la confrontación física contra policías, capaces de entablar pleitos de tú a tú, armados con piedras, palos, tubos y cualquier clase de arma improvisada, que blanden con evidente experiencia.

La confrontación verbal es otra de las «cualidades» de estos individuos, con apariencia feroz, cinismo desmedido y absoluta falta de respeto (insisto, absoluta falta de respeto), hacia las necesidades de los demás habitantes del ex-planeta.

Estos individuos, procedentes de otras latitudes del objeto flotante en el cielo (antes llamado planeta), decidieron un día quedarse indefinidamente en la ciudad principal, hasta que sus demandas sean satisfechas.

Pero ¡oh dilema!, ¿qué hacer cuando has de permanecer por un tiempo largo e indefinido en un lugar donde no tienes casa, y donde no te puedes hospedar en un hotel por falta de recursos o no puedes recurrir a familiares y amigos, porque vienes con una horda de mil salvajes iguales a ti?

Pues bien, nada que unos rollos de plástico, algunas cajas de cartón, unas cobijas y algunos trozos de mecate no puedan resolver.

Estos individuos decidieron tomar una plaza histórica, harto importante, de la ciudad principal en Plutón, para ahí establecerse «indefinidamente», en un improvisado campamento capaz de resistir un día, una semana, un mes o un año, si es necesario.

Tomaron posesión de la plaza, sin importarles las molestias para los demás habitantes del ex-planeta, donde mantienen un reino de basura, suciedad, chinches y –por qué no decirlo– de terror, pues francamente da miedo pasar por ahí.

Hasta aquí, la historia es truculenta, pero falta el elemento esencial: estos individuos ¡son maestros!

Como la realidad se trastocó gravemente desde la degradación, ahora son los maestros quienes se comportan así. Se trata de quienes, teóricamente, debían enseñar a los pequeños habitantes de Plutón ciencias duras, como  matemáticas, física, química, biología y otras; y ciencias sociales como civismo, español, historia, sociología…

Aprovechando la confusión y ávidos de obtener beneficios por medio de la presión violenta, estos individuos dejaron las aulas y ahora viven en una forma semisalvaje en la ciudad principal del otrora planeta, donde causan terror y trastornos indecibles para la vida cotidiana de los habitantes de la sufrida ciudad, incluyendo los policías, con quienes aparentemente les gusta confrontarse cada vez que hay oportunidad…(diario, si por ellos fuera).

Mientras tanto, los niños en las distantes poblaciones donde estos sujetos debían estar dando clases, permanecen en el ocio absoluto, esperando a ver qué pasa con sus profesores, que quieren todo para ellos sin ofrecer prácticamente nada a cambio.

El conflicto –coincidente con la degradación del planeta a simple cuerpo celeste– se basa en que un buen día, las autoridades del planeta quisieron evaluar el desempeño de sus maestros: «el que no funcione, se va y el que se esfuerce, crece». El criterio parecía lógico y simple, pero a ellos no les gustó.

Hay que decir en su descargo que la evaluación propuesta no era la mejor ni la más adecuada para los maestros de Plutón, porque los instrumentos de evaluación venían de otros planetas con realidades distintas, pero los maestros no supieron explicar eso ni a la sociedad ni a las autoridades y simplemente se lanzaron a las calles a protestar, dejando colgados a sus estudiantes y haciéndose odiar por la sociedad, ya bastante afectada de por sí por la nueva condición del antiguo planeta.

Además, el sitio que eligieron convertir en chiquero dado su «campamento» indefinido, era también un importante atractivo turístico de la ciudad principal de Plutón, donde estaba una parte de la antigua historia planetaria y donde hoy, desde luego, ningún turista va y los negocios de los alrededores cuentan sus días antes de la quiebra.

Tan trastocada está la realidad en Plutón.

Deja un comentario

Archivado bajo Educación, Política, Sociedad, Turismo

Buenos y malos

A lo largo de nuestra vida, siempre dependemos de varios maestros para nuestro desarrollo.

Desde la más tierna infancia y conforme crecemos, incluso hasta la vejez, los maestros están a nuestro alrededor para enseñarnos cosas, algunas fundamentales para nuestras vidas, otras no tanto e incluso, algunas que nunca utilizamos fuera del contexto del aula y materia correspondiente.

Algunos de esos maestros son muy buenos y encuentran la forma de que aquello que nos enseñaron sea positivo, útil y que permanezca en nuestra memoria para siempre.

Otros, por el contrario, pudieron haberse ahorrado el tiempo de tratar de enseñarnos algo, porque realmente jamás lograron transmitirnos conocimiento alguno.

Unos fueron crueles, otros bondadosos, unos más indiferentes y algunos generosos y verdaderamente formativos.
Cuando cada uno revisamos nuestra historia personal, podemos ponerle nombre y rostro a cada una de estas expresiones, si bien, pensándolo un poco más, todos nos enseñaron algo.

Los más exigentes académicamente hablando, nos habrán enseñado tal vez su materia de manera eficaz, pero tal vez también nos enseñaron disciplina y el valor de cumplir los compromisos.

Los más “barcos”, por el contrario, pudieron no habernos enseñado su materia (seguro la olvidamos en cuanto conseguimos una calificación aprobatoria), pero acaso nos enseñaron igualmente el valor de esforzarnos más cuando la materia no nos gusta, pero debemos enfrentarla.

Aquellos en la categoría de “crueles”, nos habrán ensañado (o no) algo de su materia, pero seguro de ellos aprendimos cómo enfrentar personas o situaciones difíciles, herramienta de valor fundamental en la vida.

Para los indiferentes la memoria casi no se toma la molestia de conservar un espacio. Acaso platicando con los antiguos compañeros, alguno haga una oscura referencia a ese maestro del que nadie se acuerda; tal vez haya una foto donde casualmente sale porque pasaba por ahí, al fondo; eventualmente algún episodio interesante de los años de escuela se desarrolló en algún escenario donde tal maestro estuvo presente, una vez más, por casualidad.

Aún ellos, nos pueden enseñar el valor de la empatía. Los maestros indiferentes lo son, porque jamás logran conectarse con sus alumnos, y eso es lo más triste que le puede pasar a un ser humano.

Y más allá de las aulas, siempre todos hemos tenido algún maestro, ya sea en materia profesional o en experiencia de vida. Gente que se ha dado a la tarea de guiarnos y conducirnos, de enseñarnos cosas específicas de una materia en sí (de la cual no sabíamos nada), o bien que, con su amistad y experiencia, nos han ayudado a desentrañar el difícil sentido de la vida.

Si es verdad que todos los días se aprende algo nuevo (yo sostengo que sólo quien QUIERE aprender algo nuevo cada día, de verdad APRENDE algo nuevo cada día), entonces también es cierto que todos los días tratamos con nuevos maestros.

Aquel médico que, durante una consulta, nos explica algo importante sobre la salud que ignorábamos; el mecánico que nos enseña el pequeño truco para sacar más rendimiento de nuestro automóvil; el marchante del puesto de verduras en el mercado que nos aclara cómo elegir algún alimento en particular; el carpintero que nos explica la diferencia en la textura del pino contra el nogal; el adolescente o el niño que nos enseña un atajo en el uso de la computadora; aún el policía necio que no nos deja pasar a media cuadra de nuestro destino.

Quien de verdad quiere aprender algo nuevo cada día, lo aprende de los “maestros” más inesperados e informales Y sigue aprendiendo la vida entera.

Sólo no aprenden quienes no quieren o quienes, en su soberbia o en su miedo, piensan que ya nadie les puede enseñar algo nuevo.

Pero para los demás, hay maestros por todas partes y todos los días.

A los maestros, pues, bien se les puede rendir homenaje (casi) en su día, porque todos nos han enseñado algo.

Deja un comentario

Archivado bajo Educación

Cuando el tema se volvió grave

Desde que el mundo es mundo, los niños han tenido conflictos entre sí. A cualquiera le basta recordar sus tiempos infantiles para identificar rápidamente quién era el abusivo de la escuela, quién molestaba a los demás y quién era el sujeto de las bromas más o menos pesadas.

Resulta fácil, también, recordar a quién le ponían apodos y por qué, además del grado de acoso que sufría cada uno y específicamente a manos de quién.

Esta clase de problemas rara vez llegaban a la dirección de la escuela y cuando era así, con frecuencia terminaban en algún castigo más o menos severo y punto.

Los maestros, instalados en sus quehaceres, ignoraban el tema, mientras el conflicto que iba creciendo causaba verdadera expectativa entre los estudiantes, que lo veían e identificaban a la perfección. Por amarga experiencia, las víctimas confirmaron innumerables ocasiones, que quejarse ante un maestro u otra autoridad escolar, servía absolutamente para nada…o para decirlo mejor, sí servía: para empeorar las cosas.

De manera que esta clase de acoso funcionaba más o menos como una suerte de selección artificial informal, pues sobrevivía el más apto, mientras los mamíferos superiores (los maestros), sencillamente ignoraban el asunto o sólo en ocasiones muy esporádicas intervenían tímida y tardíamente.

Formaba parte de la vida normal y se consideraban asuntos de niños, irrelevantes para el mundo adulto, al que eventualmente accederían también estos niños cuando dejaran de serlo.

Pero en algún momento las cosas cambiaron.

Hoy, las autoridades escolares e incluso las autoridades que regulan la educación, por fin se han dado cuenta de que el problema existe y, en esa nociva proclividad a adoptar anglicismos para explicar fenómenos, le han dado en llamar Bullying, como si la palabra «acoso», no fuera precisa, suficiente y descriptiva del tema.

Pero el punto es que, a diferencia del pasado, cuando el acoso no pasaba a mayores y podía ser controlado dentro del ámbito de la escuela, hoy estas prácticas se han vuelto mucho más feroces, al grado de lo alarmante.

Con la complicidad de nuevos y mucho más simples mecanismos de comunicación electrónica (como los teléfonos celulares que pueden grabar videos y tomar fotografías, además de encontrarse al alcance de cualquier estudiante), el acoso escolar se ha convertido en algo terrible, porque ya no se limita a los confines del patio escolar.

Hoy, cualquier niño del país, puede ver la imagen del ataque a otro niño, en cualquier otro lugar y «participar» también indirectamente en el acoso.

No se hable, desde luego, de la posición «social» de la víctima y, desde luego, tampoco descartemos el violento tono de algunos de los ataques, que han incluso armas e incluso la muerte de alguna criatura.

Si bien molestar o ser molestado en la primaria era parte de un «juego» más o menos conocido y tolerado, la relativización de los valores, la relajación de la disciplina, la distorsión perversa de los derechos de la infancia, acompañado de la nula exigencia en el cumplimiento de sus obligaciones y el retorcido concepto de democracia e igualdad, han hecho del actual «Bullying» una especie de Mr. Hyde, con respecto al Dr. Jeykell que antiguamente era el acoso.

El hecho de que este tipo de prácticas pueda ya costarle la vida a un niño, habla de una situación gravísima que exige acciones severas, antes de que siga creciendo y degenere aún más.

Claramente, lo que ocurre en las escuelas es reflejo también de lo que ocurre en la calle, lo cual implica una doble alerta, pues es necesario arreglar todo el tejido social, hoy desgarrado y desorganizado.

 

Deja un comentario

Archivado bajo Sociedad

En otro nivel

Siempre hubo abusivos en las escuelas….y en otros ámbitos, por cierto. El típico niño fastidioso –por lo general grandote y agresivo– que molestaba al más débil, al pequeñito, al que no se podía defender.

Y lo hubo y lo hay porque la vida es así. Está en la naturaleza humana el deseo de dominar al más débil. Una cruenta y larga historia de guerras desde tiempos prehistóricos lo demuestra.

El fenómeno ahora conocido como bullying, tan de moda y preocupante, no es ninguna novedad. Acaso haya cambiado su intensidad, enmedio de un ambiente de impunidad creciente y con nuevas herramientas mucho más penetrantes y extensas, como el internet.

Como sea, la motivación y el origen es idéntico desde tiempos inmemoriales y hoy, se ha vuelto un problema mucho más severo, por la falta de respeto a las reglas y su laxa aplicación, en términos generales.

Por eso, el abuso que antes sufrían los niños y quedaba ahí, en un asunto de niños, ya no lo es más. Ha subido de nivel y tiene consecuencias severas.

Hemos visto ya, incluso, víctimas mortales de este tipo de prácticas, de las que todos parecemos enterarnos, menos los maestros que están ahí a unos cuantos metros de los niños en las escuelas, en el propio salón de clases, donde todo es muy fácil de detectar.

O el caso del niño en la escuela de la Colonia del Valle (uno de los sitios con mayor índice de desarrollo humano en el país), que provocó una gran movilización de padres de familia.

Resulta que este pequeño gangster se había convertido ya en el terror de la escuela. A todos los niños molestaba, acosaba, golpeaba y sometía  a fuerza de una violencia inusitada dada su corta edad.

Llegó a tal punto el asunto, que todos los niños (o la gran mayoría de ellos), aprovecharon la presencia de sus respectivos padres a la hora de la salida, para denunciar el abuso, de tal suerte que los padres rápidamente se organizaron, tomaron la calle y cercaron al niño abusivo y su mamá, a quienes terminaron por entregar a la policía, dada la gravedad y magnitud de los abusos.

La escuela se apresuró a expulsar al chamaco y el asunto terminó en el Ministerio Público.

Resulta incomprensible cómo este asunto escaló a tal punto, sin ser advertido por las autoridades escolares. Si bien por cada maestro hay 50 niños, entre los cuales el abusivo se puede esconder con relativa facilidad, mientras sus abusos se mantengan en rangos «normales», ya cuando se expanden hasta alcanzar a todos los niños de la escuela (varios cientos, por lo menos), es que no estamos hablando de un niño normal.

Se trata de un auténtico delincuente en potencia, cuyas «travesuras» seguramente rayan lo patológico y cuyo comportamiento antisocial evidentemente salta a la vista de cualquiera…ya no digamos los maestros que le dan clases directamente.

¿Por qué nadie se ocupó de este niño antes de llegar a esos extremos?

Hoy resulta que, lejos de recibir la ayuda obviamente necesaria, este niño recibió sólo el castigo tan merecido. Cierto: para los demás niños, retirar a este terror del interior de la escuela es una solución, aunque parcial. Porque, ¿quién nos asegura que, resentido, este muchachito no se dedique en el futuro a frecuentar los alrededores del plantel para «vengarse» de quienes lo dejaron sin escuela?

Parece el inicio del círculo vicioso de las actitudes criminales. Recibir castigo era obvio, pues había sobrepasado con mucho cualquier límite. Pero junto con el castigo debería haber una solución, si no queremos llevar a la sociedad a un nuevo delincuente.

Lo que falló en esa escuela fue la atención debida y a tiempo, frente a  una persona que evidentemente estaba en un mal camino, como es el caso de este niño abusivo. Mientras los maestros se ocupan de quién sabe qué cosas, descuidan la parte formativa de sus alumnos, la cual, acaso, sea más importante que aprender a leer o a sumar.

Deja un comentario

Archivado bajo Educación

Construir el futuro

Históricamente ha sido una queja recurrente aquella de la «juventud descarriada». La visión de muchos en el sentido de que los muchachos ya no valoran nada, son perezosos, inactivos, maleducados, confirmistas y un largo etcétera.

En cierta forma, ese punto de vista ha sido estrictamente cierto y los jóvenes de algunas generaciones se han ganado a pulso ese tipo de calificativos. El resultado son eras de crisis y confrontación serias, que terminan por producir nuevos órdenes, a menudo nada buenos, si bien al fin implican alguna evolución.

Tal vez mucho de esa forma negativa de percibir a los jóvenes tenga que ver con quién emite la opinión: cuanto más grande, más negativa será su opinión sobre la juventud.

Pero como toda regla general, ésta tiene su excepción y claramente la podemos ver en la época actual. Para los jóvenes, el futuro luce francamente desalentador. A diferencia de otras épocas, hoy esforzarse por estudiar no es un aliciente, pues nada garantiza que un mayor nivel de estudios, signifique en el futuro un cambio y mejor calidad de vida.

Tampoco hay garantía de que el trabajo duro y honesto, aún sin estudios, signifique una mejoría considerable.

Y a eso se suma el espejismo de «saberlo» todo porque cualquier información está a la mano a través del internet, lo cual, sumado a la natural arrogancia del adolescente, que se cree capaz de cualquier cosa, invencible y perfecto, refuerza el abuso sobre la «ley del menor esfuerzo».

Además, la «diversión» se reduce a los videojuegos, que cierran su mundo y sociabilidad, además de someterlos a una feroz retórica de agresión.

Claro que no se les puede culpar. Para los jóvenes, este es el mundo que les toca vivir y lo hacen como pueden y con las herramientas que tienen a mano.

Por eso, quizá lo mejor sea dejar señalar cuán mal anda la juventud y tratar de componer la realidad en la medida de lo posible.

Aunque la tarea parece una formidable labor de Titanes, en realidad puede empezar en lo individual a través de actos cotidianos simples, pero que, sumados, pueden significar un giro importante.

Cada quien puede empezar por respetar las normas, todas las normas que tiene la sociedad; desde respetar el semáforo, hasta cumplir con su trabajo con seriedad, dejando atrás aquello de «ellos hacen como que me pagan, yo hago como que trabajo».

Mientras cumplamos con todas nuestras obligaciones con responsabilidad, como adultos, sin que nadie tenga que venir a exigirnos nada, podremos también exigir nuestros derechos sin temor y sin «culpa», sin creer que se trata de graciosas concesiones, sino conscientes de que así nos corresponde.

Con ello, las cosas cambiarán así sea un poco, en breve y estaremos logrando una sociedad donde los muchachos vean alternativas que hoy no tienen.

Si bien, hace falta también apretar un poco la tuerca, pues se han malentendido los derechos de la infancia y sólo se les reconocen derechos a los niños, sin exigirles el cumplimiento de sus obligaciones. Hoy, cuando el niño no hace la tarea, a quien regañan los maestros es al papá o a la mamá y no al niño, que es quien debería haber hecho la tarea.

Tal vez quitarnos el miedo de volver sobre algunas prácticas sea útil. Una de las cosas que se han perdido, es el respeto. Los niños ya no respetan a sus padres, a sus maestros, a las autoridades y mucho menos a los abuelos. Y hay muchos adultos que miran esa situación con indiferencia.

Volver a las prácticas antiguas, cuando los padres, los mayores, los maestros y, sobre todo los abuelos, tenían una voz autorizada y se les respetaba, podría ayudar a formar mejor a los jóvenes. Y mientras cambie un poco la socidad, con gente más responsable y más seria, probablemente se les pueda crear un futuro a los jóvenes.

Deja un comentario

Archivado bajo Educación, Literatura, Política, Sociedad

Escasez de oxígeno

Muy en su estilo, los maestros de la Sección XXII de la CNTE, convocaron el domingo por la tarde-noche a una conferencia de prensa donde darían a conocer lo que ya todos sabíamos: se retiraría la mayoría para volver a Oaxaca –y a clases– y dejarían en el Distrito Federal sólo a una representación para continuar las protestas contra la reforma educativa.

Como todo lo resuelven en asambleas masivas, el inicio de la conferencia prevista para arrancar alrededor de las 19:00 horas, se trasladó hasta después de las 23:00 horas.

Extraoficialmente, se dijo que la asamblea tardó tanto, porque no había consenso en las cifras. Es decir, todos estaban de acuerdo en que permanecería en el Distrito Federal el 20 por ciento y el 80 por ciento volvería a Oaxaca.

La disyuntiva era cuál sería el 100 por ciento de base para esa decisión. Las posiciones eran 20 y 80 por ciento de los maestros que permanecen en campamento en el Monumento a la Revolución; o bien 20 y 80 por ciento sobre el total de los maestros pertenecientes a esa sección en Oaxaca.

Y la diferencia no era menor, porque el total de los maestros pertenecientes a la Sección XXII asciende a 76 mil, es decir, el 20 por ciento significan 15 mil personas, quienes a diario requieren comida, agua y otros insumos.

Al final esa fue la postura ganadora y la pregunta –obviamente imposible de plantear de manera directa a los mentores– es cuánto significa en dinero la manutención de los 15 mil maestros acampados en el Distrito Federal.

Otra de las preguntas interesantes es ¿qué pasará en Oaxaca a partir del lunes 14 de octubre cuando, según ellos, se presenten de nuevo a dar clases?

Resulta que muchos padres de familia, hartos de la ausencia de los «profesores», se organizaron y comenzaron a turnarse los grupos para dar clases ellos mismos, y ya anunciaron que no volverán a dejar a los mentores ingresar a las escuelas. Y tan bravos los unos como los otros; así pues, esa fecha será fatídica y deberá observarse.

En el fondo, la movilización requiere dinero, mucho dinero y aún no está claro quién financia a los maestros y con cuál objetivo político, pues ya nadie cree en la protesta contra la reforma educativa, la cual, por cierto, sí implica inseguridad laboral para el magisterio.

Durante muchas semanas, lo sufridos capitalinos nos hemos preguntado quién provee de «oxígeno» a los mentores, porque más allá de la fuerza de cualquier convicción, a nadie le gusta permanecer semanas en un campamento, durmiendo en inmundas casas de campaña, con el concreto como «colchón» y las lluvias cayendo encima inmisericordes.

Sólo un interés económico fuerte explica cómo estas personas participan a diario en manifestaciones y movilizaciones harto violentas, con riesgo de su integridad física, soportando insolaciones y otras inclemencias. Por eso, el anuncio de la retirada-permanencia, o de la permanencia-retirada, como se le quiera ver, despierta otra suspicacia: ¿habrá muerto la tía rica?

 

Deja un comentario

Archivado bajo Economía, Educación, Política, Sociedad

«¡Crucificadles!»

Cada año, por ahí de Semana Santa, en la televisión mexicana se proyecta, invariablemente, la vieja cinta titulada «El mártir del Calvario», con Enrique Rambal en el papel de Jesucristo.

Se trata de una película de finales de los años 40 o principios de los 50, con un exagerado cuidado sobre el tema religioso, dadas las condiciones socioculturales.

El resultado es un Jesucristo acartonado, perennemente como iluminado, con mirada lánguida y una vocecilla igualmente lánguida y con claro acento de español ibérico que sesea profundamente a cada frase.

La película recrea al pie de la letra la conocida historia bíblica. Así, Jesucristo cae en manos de Poncio Pilatos, quien intenta una forma de liberarlo, al preguntarle a los extras…¡perdón!, al pueblo,  qué ha de hacer con El Mesías.

Una voz se alza clara y diáfana entre la multitud y sentencia: «¡Crucificadle!» Después el clamor y la vorágine que le cuesta la vida a nuestro actor, siempre martirizado y con ojos extasiados mirando al cielo, y hablando con aquella vocecilla lánguida.

A partir de ese momento, ya no hay vuelta atrás, la crucifixión es un hecho, harto violento, por lo demás.

Pues bien, la crucifixión, aquella salvaje práctica romana de tortura contra los enemigos y que servía a Roma a un tiempo para ejemplo y divertimento del pueblo, no se ha olvidado del todo, aunque con sus variaciones conforme a las épocas actuales.

Si no, baste ver lo que está ocurriendo ahora con el magisterio disidente en la Ciudad de México.

Cierto; los señores de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación que se han pasado ya casi dos meses en la Ciudad de México y han provocado desmanes diversos, gigantescos bloqueos viales y han protagonizado aparatosos enfrentamientos con la policía, no son, precisamente, los personajes más populares del país, pues además mantienen a miles de niños sin clases.

Pero las autoridades han aprovechado para montar en su contra una estrategia de linchamiento, para provocar que el pueblo grite: «¡Crucificadles!», sin detenerse a pensar si más allá de la violencia, la arbitrariedad y la impunidad con que han actuado, tienen o no razón en parte de su planteamiento.

Aclaro: no se trata de defender lo indefendible, pues las violaciones a la ley y los abusos contra los derechos de terceros que han cometido los maestros, no se justifican para nada y naturalmente generan enojo.

Pero es evidente la estrategia de linchamiento emprendida desde el gobierno federal, a partir, precisamente, de ese enojo, para traducirlo en repudio generalizado y justificar la inacción en torno a las demandas del magisterio.

Realmente muy pocos se han detenido a pensar en las leyes secundarias que se aprobaron en un sabadazo, en día de Informe Presidencial (¿habíase visto?) y mientras se montaba una farsa de diálogo con los propios maestros.

Sin embargo, en realidad esas leyes no constituyen una reforma educativa, sino estrictamente laboral. Para decirlo sintéticamente, con la nueva legislación, la Federación prácticamente se adjudica la facultad de despedir a cualquier profesor en cualquier momento, con o sin pretexto. Y la calidad educativa, los programas de estudios, los enfoques pedagógicos, la capacitación y demás, no se modificaron en los hechos.

El gobierno ha sabido muy bien cómo usar a este movimiento de misterioso financiamiento, para que los ciudadanos odien a los maestros y nadie reivindique las demandas que –debe decirse– los profesores no han sabido explicar a la ciudadanía.

Quien es el principal responsable de este asunto, el secretario de Educación Pública, Emilio Chauyffet, misteriosamente no ha aparecido en público en todo este tiempo, y paralelamente, continúa la campaña que alientan los amanuenses del Gobierno Federal a través de muchos medios de comunicación tradicionales cooptados.

Y las expresiones en contra de los maestros (culpables, sí, de mucho desorden, pero no de TODO lo malo del mundo), van en aumento tanto por parte de comunicadores, como de «analistas» e incluso los filósofos baratos de la radio, esa raza inferior de locutores de pacotilla que ahora se creen sabios y dan opiniones mientras presentan canciones de moda en la radio comercial.

Un análisis somero de los contenidos periodísticos deja claro cómo hay toda una estrategia para dejar desgastar el movimiento magisterial y alentar el odio de la ciudadanía en su contra, sin ningún espíritu crítico ni información de contraste.

Deja un comentario

Archivado bajo Educación, Política, Sociedad

¡Viva México!

Esta noche se realiza -¡faltaba más!- la ceremonia del Grito de Independencia en la Plaza de la Constitución o «Zócalo», como solemos decirle en México.

Se trata de la fiesta cívica por excelencia. De la conmemoración más importante de la mexicanidad, en el sitio mismo donde la nación se originó en sus inicios indígenas, posteriormente coloniales y por último mestizos, para terminar en lo que es hoy en día.

Finalmente la fiesta se podrá realizar, merced a una combinación de factores, pero nunca porque el espacio público fuera eso: espacio público.

Desde el 20 de agosto pasado, un grupo de maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación tomó al Zócalo por campamento y desde ahí organizó movilizaciones a cual más rudas, violentas y aparatosas. De a miles, los manifestantes recibían ahí sus «órdenes de trabajo diarias», con textos que muy bien pudieron decir: «Acuda al plantón en Circuito Interior, a partir de las 10:00 y hasta nuevo aviso. Habrá pase de lista con el jefe de su sección. Esté preparado para desatar la violencia en cuanto se le giren las instrucciones debidas. Contraseña de hoy: ‘intolerantes'».

Y fue apenas hace unas 36 horas, cuando finalmente el Zócalo se liberó, en una acción harto curiosa. Miles de granaderos acudieron al lugar para liberarlo y un grupo de «maestros» se atrincheró, como buscando que los agredieran para que en la refriega por fin se les hiciera que hubiera un muerto para convertirlo en mártir.

Al fin, después de horas de tensión y luego de un acuerdo operado en las oficinas del Gobierno del Distrito Federal, los «maestros» accedieron a retirarse, si bien algunos lo hicieron lentamente y otros, de plano, no parecían dispuestos, hasta que fueron «disuadidos» con gases lacrimógenos y chorros de agua.

Para fortuna del país, no hubo muertos; vamos, ni siquiera hubo heridos, aunque sí algunos detenidos.

El punto fue que el operativo debió ser enorme, porque enorme había sido ya el problema. Era un conflicto que llevaba casi un mes y que había resultado ya enormemente complicado para todos los ciudadanos y los gobiernos.

El gobierno capitalino no quiso hacerse cargo del mártir que planeaban los «maestros». El gobierno federal, tampoco. Y el asunto fue creciendo y creciendo, hasta llegar a una solución que caminó peligrosamente en el filo de la  y navaja, ante la posibilidad real que tuvo en todo momento de salirse de control.

Afortunadamente, no se salió de control, pero sí llegó a ser un conflicto gigante, que requirió una solución también gigante.

Todo, porque no hubo alguien con el tino, oportunidad y agallas para hacerse cargo del asunto desde el principio y sin reparos. Si desde el principio no se hubieran permitido tantas licencias a la violencia desproporcionada que caracterizó a estos «maestros» y si desde el principio no se les hubiera permitido instalarse en el Zócalo como amos y señores de la plaza, no habrían llegado las cosas a tal extremo, pero esa maldita manía de dejar hacer hasta que el gatito doméstico se convierte en un feroz tigre dientes de sable, estuvo a nada de generar un problema mayúsculo.

Hoy, pues, fiesta en el Zócalo y un respiro ante estos delincuentes vándalos disfrazados de profesores o, peor aún, entremezclados con ellos.

1 comentario

Archivado bajo Periodismo, Política, Sociedad

Instrucciones para fabricar un mártir

El librito parece ser breve y esquemático. Es simple, fácil de seguir. Se diría más bien un folletín.

Al parecer, ha recibido amplia difusión en una zona muy específica de la ciudad (en el Zócalo, para mayores señas), donde se ha convertido en lectura de cabecera antes de irse a la cama, al terminar las extenuantes jornadas callejeras de confrontación.

Lo habrá escrito alguien de la Coordinadora Nacional de «Trabajadores» de la Educación, dispuesto a enfrentarse, a generar conflicto, a que les hagan un muertito para glorificarse.

Debe contener instrucciones de cómo confrontar a los ciudadanos, las técnicas precisas para generar la mayor afectación posible a las personas nada involucradas en el supuesto asunto que trajo aquí a los «mentores»: la reforma educativa y sus leyes secundarias.

De existir tales instrucciones, seguro señalan que es necesario generar el enojo de la sociedad, para que ésta presione a las autoridades a tomar la vía de la fuerza, o para que tome la fuerza por sí sola y trate de solucionar lo que las autoridades no pueden.

Porque eso parecen querer los maestros: que las autoridades envíen un enorme contingente de policías a replegarlos y obligarlos a que respeten los derechos del prójimo, para enfrentarse en una batalla campal y que haya un muerto entre las filas de los «profesores» y entonces, convertirlo en una causa que justifique un movimiento de más largo plazo y alcance. Para glorificar al muerto como a un mártir, aunque en vida haya sido un barbaján y un golpeador.

Hasta ahora, en ese «dejar pasar» y «dejar hacer», ninguna autoridad ha querido poner en orden a estos humanoides neandertales que se dicen maestros y supuestamente protestan porque los quieren evaluar como a ellos NO les da la gana.

Y es que, según la leyenda, el día que tomaron por asalto la Cámara de Diputados, la policía capitalina no intervino porque el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, sabía que estos gorilas llevaban armas de fuego y no quiso cargar con el costo político.

Pero tampoco la Federación ha salido al quite. Ni el Poder Legislativo –al cual doblegó la CNTE con violencia– porque nadie parece interesado en asumir el costo.

De hecho, el principal responsable de la educación en México, el secretario de Educación Pública, Emilio Chauyffet sencillamente no ha aparecido en el escenario. Tampoco quiere cargar la responsabilidad.

Y mientras tanto, los «profesores» siguen sistemática e intensamente irritando a la gente. Irritan deliberadamente a la ciudadanía de la capital del país, con sus sorpresivos plantones y manifestaciones, pues cada día, reciben una «orden de trabajo» distinta, que los lleva a bloquear aquí o allá, o bien a marchar por esta o aquella avenida y desquiciar la movilidad de los ciudadanos.

Pero también irritan a la ciudadanía de los estados, donde los niños están huérfanos de educación, porque no hay maestros en las aulas, ni libros, ni enseñanza, ni avance.

Hoy, por ejemplo, las multitudes de personas que viajaron en metro, bajo tierra, para evitar los bloqueos en las calles, no podían llegar a su destino, pues hizo falta cerrar varias estaciones del metro.

La irritación y el enojo eran mayúsculos.

Y eso es lo que están buscando los maestros: romper la indiferencia de las autoridades, molestando a los ciudadanos, para que éstos caigan en la provocación y organicen una trifulca contra ellos un buen día; o bien que presionen a las autoridades para obligarlas a lanzar la fuerza pública contra los maestros y generen la muerte de alguno.

Mientras tanto, la presión sigue creciendo y todo indica que no tendrá fin. Se está convirtiendo en un auténtico dolor de cabeza para el gobierno, que de plano ya no halla cómo resolver este asunto. Se acerca del 1 de septiembre, día importante en términos políticos y no se ve cómo se vaya a evitar la movilización de maestros, quienes seguro harán lo posible por evitar la buena marcha del Primer Informe de Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto.

Quieren un muerto y están siguiendo al pie de la letra las instrucciones precisas para lograrlo.

Deja un comentario

Archivado bajo Educación, Periodismo, Política, Sociedad