Politóloga de mostrador

La escena ocurrió en una tienda departamental a la que acudí para buscar ciertos artículos.

El dependiente llegó mucho después de que tomé mi decisión de compra, si bien dependía de él para el cobro correspondiente. Apresurado, intentó hacer la venta que ya estaba decidida; cuando se dio cuenta de ello, se limitó a cobrar, si bien, antes de colocarse frente a la caja registradora y pulsar los botones correspondientes, me pidió “un momentito” (hizo una seña juntando casi su pulgar e índice izquierdos, mientras guiñaba el ojo derecho) para terminar de atender a una muchacha que señaló con la mirada.

Así pues, me vi de pronto dejado a mi suerte, frente a la caja registradora, en la espera de que el vendedor terminara de atender a la joven.

Distraídamente, comencé a mirar la mercancía que se encontraba en mi ámbito de visión, sin prestar atención a ninguna pieza en particular. Sin embargo por deformación profesional, mis oídos se mantenían bien abiertos, atentos a cualquier detalle a mi alrededor.

Poco tardé en registrar una curiosa conversación.

La voz que escuché a mis espaldas (quizá a dos metros) parecía ser la de una mujer joven y para mi sorpresa, comenzó a elaborar una compleja teoría política que primero me dio curiosidad y luego ternura.

El eje temático de su “disertación” — que compartía con otras vendedoras a la sazón ociosas– era la relación entre la visita de Donald Trump a México y la muerte de Alberto Aguilera Valadez, mejor conocido con el nombre artístico de Juan Gabriel.

Su imaginación parecía no tener límites y se conducía con una admirable seguridad en sí misma, a pesar de los disparates que señalaba.

He aquí, aproximadamente, el diálogo

–¡No marchen!…¿a poco no se han dado cuenta?

–¿De qué, manita? –preguntaron a coro sus dos compañeras que la escuchaban como a un Gurú.

–¡Ay de veras, ustedes andan en la pen…! ¿Qué no vieron lo de Ronlado Trump? (pronunció este último apellido con “u”, castellanizado).

–¿Qué? –repitieron las otras a coro, como esperando una revelación divina.

–¡Assh!, pus que vino a México.

–Sí, ¿y qué?

–¿De veras no se dan cuenta?

–¡¿De quéeeee?!—chillaron las otras con verdadera angustia esperando la iluminación de su compañera.

–De que dizque mataron a Juan Gabriel para esconder la visita de Trump (otra vez con pronunciación castellanizada).

Acto seguido, un silencio de suspenso.

En el ínter, aproveché la ausencia del vendedor «que me atendía», para hacer un discreto “paneo” a la derecha con todo el cuerpo y pasar la vista por la mercancía a mi alrededor, con la intención de mirar la escena, pues para entonces, la curiosidad me corroía.

Mi vista llegó al punto deseado precisamente en el silencio dramático.

La mujer que “instruía” a sus compañeras (la politóloga de mostrador), era bajita, de rasgos un tanto indígenas, pero su actitud acusaba que ella no quería que se le reconociera como tal. Por el contrario, trataba de vestir lo mejor posible: llevaba un traje sastre color café oscuro, una blusa rosa mexicano y zapatos de piso. El pelo estaba sujeto con una pequeña liga, adornada con un par de canicas de plástico azul. Debe haber tenido unos 30 años de edad y exhibía una gran sonrisa triunfante en virtud de la “ignorancia” de sus colegas.

Sus “alumnas” eran dos mujeres un poco menores a ella, también vendedoras. Una llevaba un vestido azul con estampado de mariposas blancas; la otra, un traje de vestir con pantalón y saco negros y blusa blanca.

Ellas tenían cara de ansiedad y de sorpresa, ante lo que creyeron eran profundos conocimientos de su amiga.

Aprovechando la oportunidad, ella comenzó a exponer.

“¡Miren! –les dijo asumiendo un tono doctoral y sin siquiera percatarse que las observaba lleno de morbo—lo de Rolando Trump salió muy mal y el gobierno necesita algo con qué distraer a la gente, por eso dijeron que se murió Juan Gabriel, aunque no se murió”.

Con ojos desorbitados, sin apenas creer lo que escuchaban, sus compañeras insistieron a coro: “¡Cómo que no se murió”.

“Pues no. ¿A poco vieron el cuerpo? ¿Y no se han dado cuenta que la cajita ésa de las cenizas no pesa?”

Las otras dos no podían salir de su azoro…balbuceando, una de ellas preguntó, ¿y quién es ese Ronaldo Trump?

La voz de mi vendedor, que por fin había vuelto de sus andanzas con la clienta, me interrumpió. Tuve que voltearme y hablar con él, lo que me impidió seguir escuchando el diálogo.

¡Cuánto me hubiera gustado no tener que perderme el resto de la «clase»!

Para cuando volví de la distracción, otro cliente había abordado a la politóloga de mostrador y el diálogo había terminado.

2 comentarios

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2 Respuestas a “Politóloga de mostrador

  1. Eduardo

    Hola Juan Carlos, hay cualquier cantidad de comentarios al respecto y personas que consideran ser muy conocedores del tema, es de risa escucharlos si vieras lo que he tenido que soportar en el transporte público no darías crédito de ello. Saludos

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