Nuevo orden mundial

Parece que al neoliberalismo le llegó su hora.

La intención de los gobiernos de establecer un sistema económico capitalista, con Estados delgados y eficientes y el gobierno del Todopoderoso Mercado, acusa ya síntomas de podredumbre irreversibles.

Hace cerca de 30 años, cuando quedó superada la dicotomía de los dos polos en el mundo, al haber colapsado el sistema soviético, los capitalistas se apresuraron a imponer un modelo, según el cual, todo apoyo de los Estados a la población vulnerable, era populismo retrógrada.

Lo «In» eran los jóvenes tecnócratas con trajes caros, anteojillos ridículos, zapatos de marca y nariz respingada, que hacían gestos al oír hablar de  gente pobre y consideraban las instituciones del Estado, especialmente las que controlaban las cuestiones financieras, como un lastre de la política antigua, que urgía desmantelar, para ser sustituidas por las implacables, pero eficacísimas, fuerzas del mercado.

El mercado –argumentaban estos arrogantes muchachos educados en Chicago, el MIT, Yale, Harvard y Oxford–  era incorruptible. Como al mercado lo que le interesa es ganar dinero, no perdería tiempo ni eficacia en corrupción, como lo hacía la burocracia tradicional enquistada en las grandes y «populistas», instituciones públicas del pasado, de las que había que deshacerse cual si de una plaga se tratara.

A diferencia de los burócratas podridos, los eficientes empresarios (especialmente los jóvenes), harían progresar a los países y las fuerzas del mercado se regularía solas, como en una especie de selección natural: quien no fuera capaz de competir, desaparecería y conforme los organismos se hicieran más fuertes y eficientes, desparecerían los problemas de la gente, especialmente la pobreza, concepto en el que estos elegantes muchachos adinerados y forrados con ropa de marca, no creían mucho.

Así pues, al grito de «¡A desmantelar los Estados!», estos hijos de papi se lanzaron a acabar con todo lo que oliera a bienestar social, a protección de los desvalidos y a apoyo a la gente pobre.

En aquella época algunos alzaron la voz para advertir que ése era el camino equivocado. Que la vida no podía resolverse de esa manera, que la gente necesitaba ayuda, en lugar de quitarle el cobijo; el mercado no eliminaría la corrupción, sino la acrecentaría; y la pobreza se seguiría ahondando…nadie los escuchó.

Por supuesto, los principales amigos de esos gobiernos no eran sus electores, ni mucho menos sus poblaciones, sino sus empresarios. Para esos jovencitos acaudalados de siempre, acostumbrados a las comidas con cuentas millonarias servidas con vinos franceses, la gente que no perteneciera a sus exclusivos círculos era poco menos que un estorbo: una «cosa» que «afeaba» a las ciudades y que poco a poco desaparecería jalada hacia arriba por las fuerzas del mercado.

Obviamente las cosas no ocurrieron así.

Al tiempo y treinta años más tarde, hemos confirmado que el gran escenario del neoliberalismo no se cumplió y las cosas, por supuesto, no funcionaron como ellos querían.

La realidad demostró que San Mercado, no se puede controlar a sí mismo y las desviaciones son feroces y mucho peores que la más negra y truculenta burocracia estatal.

Demostró también que por más intentos de los «Chicago Boys» por desaparecer los Estados, éstos no sólo no pueden ni deben desaparecer, sino que han demostrado su necesaria existencia una y otra vez.

Quedó claro, también, que San Mercado no sólo NO es incorruptible, como ellos suponían, sino que las grandes firmas son igual o más corruptas que el Estado más podrido.

Aunque ellos no se dan cuenta, porque ya eran escandalosamente ricos desde antes, hoy las riquezas se siguen concentrando, de manera que los ricos del mundo son  cada vez menos individuos, pero mucho más millonarios, mientras los pobres siguen aumentando en número y disminuyendo en calidad de vida.

Acaso nunca hubo tanta desigualdad social en el mundo como hoy y quizá las brechas nunca fueron tan escandalosas, sin descartar la Rusia de los Zares, la Francia de los Luises o la Nueva España.

Estos elegantes jóvenes que consideraban la pobreza como un «mito genial», hoy están más creciditos y ya envían a sus hijos a las mismas universidades en el extranjero que los formaron a ellos mismos.

Siguen sin dar crédito a lo que todos (menos ellos), vemos: el aumento de la miseria, la degradación ambiental, el hambre, la enfermedad y la concentración grosera de los recursos en unas cuantas manos de privilegiados.

Tampoco ven el descontento social que era previsible desde entonces, ni encuentran lógica –como cualquiera con sentido común– la violencia asociada a un esquema que no permite la movilidad social; antes bien, la combate sistemática y férreamente.

No se dan cuenta que acumulando más y más dinero, sólo están comprando una bomba de tiempo. Cuanta mayor eficacia en en acumular dinero, más fuerte y grave será el estallido en su momento.

Así pues, este es un llamado a tiempo: a cambiar de modelo y aceptar que se pueden hacer las cosas de otro modo. De aplicar un modelo en donde todos los seres humanos quepamos y donde cada individuo en el mundo pueda ejercer su derecho a tener un futuro, acorde a su esfuerzo y su preparación. Pero donde todos tengamos acceso, como mínimo, a trabajo decente (elemento indispensable de la dignidad humana), salud, vivienda, alimentación, transporte digno, educación, deporte, recreación, cultura y seguridad.

No se trata de aplicar las fórmulas del socialismo a ultranza, donde el proletariado se apropia de todo lo de la burguesía y lo reparte entre los pobres.

Ya probamos que esa fórmula tampoco funciona.

Inclusive, los neoliberales que ya hicieron sus enormes fortunas, pueden conservarlas y seguir viviendo en sus mundillos de ricos, rodeados de aparatos de seguridad privada acordes al tamaño de sus miedos.

De lo que se trata, es de acabar con un sistema económico y político que ha propiciado que esos mismos ricos se hagan inmensamente ricos, a costa de la felicidad y el progreso de millones.

Se trata de que los neoliberales entiendan de una vez que su modelo no funciona y se debe cambiar. Ahora sí, deberán competir para vivir, no vivir de los amigotes en los gobiernos para crecer desproporcionadamente gracias a la corrupción de la que ellos se hicieron rápidamente partícipes y amigos.

Se trata, insisto, de que cada individuo en este mundo, tenga la posibilidad de crecer, aunque haya nacido en un hogar de escasos recursos.

 

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Archivado bajo Economía, Migración, Política

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