De mirada penetrante

A lo largo de mi vida he conocido a numerosas personas de ojos azules.

La gran mayoría de ellas, tienen (o tenían) la mirada poco expresiva.

Sin embargo, una de esas personas constituía claramente la excepción a dicha regla, porque se trataba de un hombre cuyos ojos azules verdaderamente penetraban de manera directa y clara cualquier pensamiento.

Cuando esta persona hablaba con alguien, tenía la virtud de fijar directamente su mirada en la del interlocutor, sin opción a que éste último desviara la conversación, el tema o la mirada. Era indispensable mantenerse en el asunto y, sobre todo, cuidar muy bien lo que se decía, porque era de esas personas que descubría muy fácilmente lo que el interlocutor estaba pensando.

A diferencia de muchas personas con los ojos azules que conocí antes (y que conocí después), este hombre sí tenía expresión en la mirada. Era una mirada intensa, que sabía reflejar estados de ánimo y  no permitía las dudas.

Pero no se piense que trabajar con él era difícil. Nada de eso. Yo trabajé con este individuo un tiempo, aunque por razones de jerarquías no fue una colaboración cercana.

En la época en que coincidimos, él era director general de un periódico, donde yo fungía como secretario de redacción. Es decir, la distancia jerárquica era suficiente como para que él no supiera que yo existía.

A ello debo agregar la distancia de la edad (me llevaba exactamente 40 años) y de la fama, pues para entonces, yo tenía poca trayectoria y él era una auténtica estrella de alcance internacional.

Como ya dije, no era un individuo con el que fuera difícil tratar. Antes al contrario, tuvo detalles que no son comunes, incluso en personas mucho menos interesantes o famosas.

Era su costumbre saludar de mano a todos quienes trabajábamos en el periódico, conforme él llegaba en la mañana a trabajar. Saludaba a los vigilantes de la puerta, a la recepcionista, a las secretarias, a los reporteros, editores, coordinadores, jefes y directivos. A todos los saludaba siempre de una manera atenta, como lo hacen las personas auténticamente educadas.

Un día llegó al extremo de casi obligar a la persona que aseaba los zapatos a darle la mano, porque el aseador de calzado se sentía avergonzado, pues debido a su trabajo tenía las manos sucias y no se sentía digno de saludar de mano a este hombre que era una auténtica estrella.

En otra ocasión, a media mañana, mientras todos nos esforzábamos frenéticamente contra el cierre de edición, de pronto el hombre desapareció y al cabo de unos minutos, volvió con dos grandes bolsas de plástico, una amarilla y otra rosa, llenas de quesadillas que ordenó en el puesto de la esquina, para invitarnos a todos, mientras hacíamos una pequeña pausa. Se sentó a comer con nosotros.

Desde el primer día dejó claro que a él le gustaba recibir a la gente en su oficina y por eso, eligió una de puro cristal, donde todo el mundo tuviera acceso a él y dejó la puerta permanentemente abierta. La instrucción era que nadie debería anunciarse con la secretaria, sino simplemente entrar y ya.

Alguien le preguntó entonces:

–¿Y sus llamadas telefónicas importantes?

–¿Tú crees que las voy a hacer aquí?–contestó con esa mirada divertida que sabía tener en algunos momentos.

Era frecuente que, cuando uno estaba escribiendo alguna nota, de pronto llegaba y se paraba a la espalda (sabía ser increíblemente sigiloso), para leer lo que uno estaba haciendo.

De pronto preguntaba algo sobre la nota y uno brincaba aterrado, sin saber cuánto tiempo llevaba ahí de pie leyendo.

En esos momentos, su mirada era aún más divertida, pero nunca amenazadora. Era muy claro en sus instrucciones, pero nunca grosero (o al menos a mí nunca me tocó verlo comportarse de manera grosera, quizá porque nunca lo vi enojado).

Un día sugirió un encabezado muy ingenioso, pero en inglés. Yo estaba por ahí cerca y me llamó:

–¿Cómo ves este encabezado?–y me mostró la primera plana en la computadora del formador.

Su mirada inquisitiva me taladraba los ojos, mientras yo intentaba encontrar el modo más delicado de decirle lo que pensaba.

Era en realidad un encabezado sumamente inteligente, pero había que saber más inglés que el promedio de nuestro público para entenderlo. El grueso de nuestros lectores no sabría de qué hablábamos. Y por supuesto, me daba pánico decirle eso a este monstruo del periodismo.

Al cabo de unos instantes –que me parecieron horas– terminé por contestarle de la mejor manera que encontré:

–Es una idea muy buena, pero –si me permite- deberíamos recordar que mucho de nuestro público tiene un nivel de inglés bajo.

Guardó silencio y me miró entre divertido y alagado, para luego simplemente ordenar: «¡quítenla!» e irse luego de sonreírme más con los ojos que con la boca.

Por unos momentos sentí temor de haberlo ofendido, pero luego uno de quienes si trabajaban cercanamente a él me tranquilizó: «no te preocupes, te estaba midiendo».

Y por lo que creo, no salí tan mal parado en dicha medición, porque años más tarde, me lo volví a encontrar varias veces en distintos escenarios y ocasiones y siempre me saludó con gran amabilidad.

No digo que se acordara de mí (eso nunca lo supe ni podré saberlo jamás), pero siempre fue amable. Y me queda claro que nadie es amable con una persona que lo ha ofendido y mucho menos en esas circunstancias.

De este hombre se ha dicho que fue una persona siempre al servicio del poder y que su calidad periodística, por lo tanto, era cuestionable.

En lo personal, pienso que sí jugó un papel relacionado directamente con el poder, dada su época y sus circunstancias, sin que ello le reste responsabilidad a sus decisiones.

Como consecuencia, su ejercicio profesional tuvo un sello que todos conocemos y el cual no voy a calificar.

Pero de su calidad periodística yo no dudo en absoluto. Un hombre inteligente y claro en sus ideas, no puede ser un mal periodista.

Este hombre acaba de morir.

Su nombre era Jacobo Zabludovsky.

2 comentarios

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2 Respuestas a “De mirada penetrante

  1. Tessie Messi

    Qué buena entrada, muy buen estilo 🙂 Y bueno, entiendo esa mirada especial de ojos azules, no todos la tienen pero quienes sí…no s olvidan fácilmente. Saludos.

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